Publicado el: Jue, 21 Ene, 2016
Opinión

La Isla después de San Fernando

Acebuches, lentiscos, eucaliptos y lentiscos invaden los solitarios polvorines.

Acebuches, lentiscos, eucaliptos y lentiscos invaden los solitarios polvorines.

Hará ya, cuestión de unos meses, que escribí para El Castillo de San Fernando, en esta mi sección, un artículo titulado La Isla antes de San Fernando, con un carácter retrospectivo, en el que un imaginario viaje en el tiempo describía la vegetación, fauna y paisaje existentes en la nuestra zona en la Edad del Bronce, en tiempos de los Enamorados de San Fernando; justo hace unos días se publicaba en prensa, el resultado de los estudios científicos de esto mismo, con la destacada presencia de un lince ibérico cuyo esqueleto se encuentra completo.

Pero hoy propongo hacer justo lo contrario, que nuestra imaginación se sitúe en un futuro (espero que muy lejano) en el que nuestra localidad sea abandonada por la población humana, y suponer que pasaría con nuestras calles y monumentos más preciados, o con los centros comerciales, carreteras, puentes y demás. Hay ejemplos claros a lo largo y ancho del mundo en el que se demuestra que los humanos no somos nada para la naturaleza, y que la vegetación acaba por recuperar, lentamente y paso a paso, su lugar en el nuevo ecosistema que se les brinda. Es el caso de muchas construcciones abandonadas en las selvas, como las pirámides mayas o los templos de AngkorWat, donde las raíces de los árboles agarran sin piedad y con prepotencia las viejas piedras. O el caso más llamativo de Prípiat, la ciudad ucraniana que sufrió los efectos devastadores del desastre de Chernóbil, cuya imagen de largas avenidas y grandes bloques deben desaparecer de nuestra mente, pues aunque la gran mayoría de los edificios quedan, hay hoy en día un espeso bosque que todo lo cubre. Pero no hace falta irse tan lejos para observar la vegetación potencial que cubriría gran parte de nuestros terrenos. En nuestra misma ciudad, como sabemos todos, hay múltiples solares, edificios, terrenos militares, etc., abandonados a causa de la crisis o la lentitud burocrática entre otras razones. En muchas de ellas, ya podemos observar, pese al relativo poco tiempo de abandono, como el verde va invadiéndolo todo. Hay varios sitios en los que me he fijado, siendo el primero de ellos el Polígono de Tiro Naval de Janer, antes de ser derribado, los propios polvorines de Fadricas, donde uno puede buscar las diferencias entre las fotos del libro La Heredad de Fadrique del año 2.003 y actualmente, el antiguo Polígono de Tiro Fusil, La Constructora Naval, o los bordes de nuestra ciudad con rellenos y salinas colmatadas.

La vegetación invade los muros de la fortaleza de Punta Cantera.

La vegetación invade los muros de la fortaleza de Punta Cantera.

En muy poco tiempo, en una cuestión de menos de diez años, para decepción humana, la vegetación ya invadiría las calles de manera descarada; primero llegarían las que, a priori, nos parecen las más débiles, las gramíneas, pero que realmente son las más fuertes logrando colonizar, y romper el asfalto y el acerado, gracias a sus largas raíces. Con ello se empezaría a formar pastizales anuales con arbolado en principio disperso, y que luego en lugares favorables formaría bosquetes, maquis y garrigas de arbustos y matorrales como el lentisco y el palmito con el acebuche. Clara vegetación potencial y autóctona nuestra, de la que ya hablaron los textos antiguos, y que aún hoy día, en muchos terrenos abandonados, como los Polvorines, siguen conformando una clásica sociedad vegetal típica de nuestra tierra (toda la campiña sur y los bujeos también tienen la misma estructura), una formación sabaniforme, cuyo origen procede del Sahel. Avanzado bastante ya el tiempo, en las zonas con suficiente agua, no sería extraña la instalación de un algún que otro bosquete de alcornoques, que tendría estructura de bosque primario con el paso del tiempo, e incluso con formaciones abiertas similares a las de Doñana. En las cercanías del Cerro de los Mártires y de la playa, las retamas blancas formarían espesos bosquetes donde el camaleón se expandiría a sus anchas, sin el perjuicio de los humanos. Asimismo, los pinos piñoneros y carrascos ocuparían muchos lugares destacados a lo largo de la isla, con formaciones mixtas o individuales. Con el paso del primer siglo sin humanos, más de la mitad de las estructuras antrópicas habrán, o bien desaparecido, o bien estarán bastante maltrechas, pasto de la fuerza que las raíces de los árboles que quebrarían sin compasión el suelo de las calles. Sin un mantenimiento, el problema para ellas vienen en dos palabras: erosión y vegetación. Sobre esta última ya hemos explicado lo que pasaría, y la invasión a la que someterían las raíces en aceras, edificaciones y calzadas. En el caso de la primera, y que englobaría además a la segunda, me refiero en el impacto, lento, pero constante de los elementos climatológicos, como el fuerte sol y el calor que hay en estas latitudes, la humedad, los cambios de temperaturas, el agua de la lluvia y las escorrentías, entre otros factores, que terminarían por arruinar todo. Y eso sin contar con una probable catástrofe de tipo sísmico o en forma de borrasca (vientos fuertes, tornados, lluvias torrenciales…). Aunque hay una huella humana que sí permanecerá en el tiempo; serán las especies vegetales foráneas, de carácter ornamental, que poblarían extensiones de nuestro término municipal. Con algunas, como la Hierba de la Pampa o Plumero, o la Acacia Mimosa, ya se han tenido que tomar medidas de control hoy día, por ser invasivas. Pero no son las únicas que crecerían sin nuestra ayuda. En un principio, todas aguantarían un envite veraniego, pero pronto, muchas especies tropicales que pueblan nuestros jardines acabarían secándose por faltarles el riego a causa de la sequía estival. Tan sólo, algunas como las plataneras o los del género ficus, sobrevivirían por su capacidad de renacer en hijuelos una vez fallecida el tronco madre  (cuando no la invaden directamente).

Grupo adulto de Washigtonias, palmera californiana que ha mostrado una excelente capacidad de adaptación a nuestra tierra.

Grupo adulto de Washigtonias, palmera californiana que ha mostrado una excelente capacidad de adaptación a nuestra tierra.

También sobrevivirían las tropicales acostumbradas a una estación seca muy marcada, como la nuestra, perdiendo las hojas en verano para superar el déficit hídrico. Triunfarían sobre todo, los árboles y arbustos de clima mediterráneo, que no tienen por qué ser de Europa, sino de California, como la palmera Washingtonia o de abanico, que ya empieza a crecer de forma silvestre en nuestra tierra (en la laguna de Torregorda hay una, o en el paseo marítimo de Bahía Sur crecen entre las piedras de los muros del hotel) o los propios cipreses macrocarpa. También de clima mediterráneo sudafricano, como la uña de león que ocuparía grandes terrenos arenosos, y sobre todo, las australianas, que son junto a las mejicanas las que mejor se han adaptado a nuestra tierra: eucaliptos rojos, acacias mimosas o las casuarinas que crecerían con todo el éxito posible. Aquí he podido observar una curiosa asociación entre especies áridas de distintos continentes, como es el caso de la unión entre el propio eucalipto con palmeras datileras o canarias naturalizadas,  que siendo ejemplares jóvenes, necesitan una amplia sombra que el árbol australiano le ofrece. Otras especies áridas de tremendo éxito que poblarían estas tierras serían el propio nopal o chumbera y la pita, que poblarían rincones de tierra empobrecida, soleada, salinas  y/o a merced de los vientos.  En el caso de las especies europeas, como la caña, los álamos ssp., los sauces ssp.,  o el plátano de sombra sobrevivirían sin mayor problema en el interior de la isla.

Palmeras datileras creciendo a la sombra de eucaliptos en la antigua Constructora Naval.

Palmeras datileras creciendo a la sombra de eucaliptos en la antigua Constructora Naval.

Tampoco los esteros, salinas y marismas se verían libres, la especie invasora sudamericana Spartina Densiflora, acabaría por ocupar un lugar destacado, entre otras especies. Pero paradójicamente, serían los ecosistemas más perjudicados sin nuestra presencia, ya que absolutamente el 90% del medio que nos rodea en el parque natural, tienen un origen antrópico de marismas transformadas para la obtención de sal. Y que sin el mantenimiento del ser humano se verían abocadas al abandono y por tanto al desecamiento y a la colmatación normal que ocurre con estos medios, aunque lógicamente, esto sería algo, relativamente, a largo plazo. En el caso de las especies animales la cosa variaría sustancialmente, aunque muchos de los animales domésticos, como los perros, gatos, cerdos, caballos, asnos o la ganadería bovina han demostrado que pueden asilvestrarse con éxito; en el caso de animales no domésticos, pero sí antropófilos, nuestra desaparición implicaría un impacto enorme a sus poblaciones y medios de vida. Cuando no, su extinción en la zona. Sería el caso, por ejemplo del gorrión común, que se ha demostrado que sigue por completo al ser humano, y que donde no está éste, desaparece. Otros como las palomas o los roedores, seguirían adelante, pero con poblaciones mucho menores, ya que aumentaría el número de predadores, como es el caso de los cernícalos o las lechuzas. En cambio otras crecerían, caso de las perdices, conejos, erizos, culebras o el camaleón, como ejemplos claros, gracias entre otros factores, al crecimiento de la vegetación y a la ausencia de vehículos que los atropelle. A causa del asilvestramiento de La Isla, otras especies foráneas, y que hoy día no habitan en la zona, pero sí en las cercanías, vendrían atraídos por la abundancia de presas, como es el caso del zorro, la gineta, el meloncillo y una buena gama de mustélidos (comadrejas, tejones…). El mundo de los peces, crustáceos y demás, libres de toda pesca y marisqueo, se recuperaría en menos tiempo de lo que imaginamos. Las mismas playas se convertirían, debido a la falta de veraneantes, en lugares descansadero y nidificación de aves costeras, que seguirían en grandes bandadas a los enormes bancos de peces.

Ejemplar de casuarina joven crece entre varias especies vegetales que han invadido esta edificación abandonada.

Ejemplar de casuarina joven crece entre varias especies vegetales que han invadido esta edificación abandonada.

Con el paso del tiempo, en medio de tanta naturaleza salvaje, solamente podrá atisbarse pequeños e insignificantes recuerdos de las construcciones humanas, sin embargo, paradójicamente, nuestra mayor aportación, será precisamente la que nos invada cuando ya no estemos, pues ya lo hacen incluso ahora, es inimaginable por el ciudadano medio, el gasto de las administraciones en el control de especies invasoras que utilizamos como ornamentales, y también el del mantenimiento del viario, que se ve invadida constantemente de las llamadas “malas hierbas”, que son primera línea en la colonización vegetal. Incluso con los herbicidas, es imposible de mantener los bordillos y adoquines sin gramíneas ni verdín. Toda una lección de humildad, para un ser que cree aún, independientemente de religiones e ideas políticas que es el centro del Universo, o del mundo que nos rodea. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Sólo somos un elemento más, sin nada especial, y cuando no estemos, ya nada, ni nadie, recordará nuestra presencia.

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