Publicado el: Mié, 7 Abr, 2021
Opinión

La llegada a meta

Hace unos años en la biblioteca pública de Chiclana, aquella que fue mi segunda casa, leí una noticia que, más o menos, contaba la historia de un intérprete que tocaba el saxofón en la calle como si de un músico callejero, uno cualquiera decía la noticia, se tratase. El músico aquel era descrito como el mejor saxofonista del mundo, que se había disfrazado de manera que nadie pudiese reconocerlo. Lo llamativo de la noticia era que, salvo un niño pequeño, nadie se paraba a alucinar con tan portentosa interpretación.

Todo eso, al parecer, fue un experimento para valorar como el ser humano era, es y será siempre incapaz de valorar el arte o el talento. Solo lo vio un niño, los demás, analfabetos, pasaban de largo. Y pasaban de largo, pobrecillos, por delante de un artista que llenaba auditorios y teatros con la punta del saxofón, prueba al parecer más que fehaciente e indiscutible de su calidad.

Pero yo siempre he tenido una duda, quizás por vivir en un  país donde el índice de  audiencia de un programa de televisión es directamente proporcional  a la miseria que ofrece.

Y aparece entonces aquello que se llama predisposición, en el caso del ejemplo, un oyente, pero que sirve también para un lector, el espectador de una película, etcétera. Siempre he dudado si el personaje en cuestión llena un auditorio no por su calidad, sino porque el público está predispuesto a que le guste. Los motivos son muchos pero el más chocante  es el miedo a que nos tachen de catetos. “No voy a decir que no me gusta o que no lo entiendo porque van a pensar que soy tonto”, aunque eso nos cueste el precio de una entrada o una irrecuperable pérdida de tiempo. Lo peor de esto es que suele llevar a errores. Errores que suelen ir en cadena. Manda uebos. Y errores que demasiadas veces se convierten en injusticia.

Una aclaración: el apoyo de la gente o de las instituciones, no es condición sine qua non para alcanzar una meta, pero es innegable que facilita el camino. Y a veces ese apoyo, o esa falta del mismo, es injusto.  Es injusto cuando la institución, o quien sea, apoya a alguien más por la cantidad de gente que mueve que por el valor real de lo que esa persona hace. Si tengo que invertir en dinero o en tiempo lo hago en el que llena el auditorio, aunque su calidad quede en entredicho cuando, oculto en el anonimato, no es capaz de hacer que la gente se pare a escucharlo.

En resumen, yo, como persona, puedo apoyar y valorar a alguien por lo que me dé la gana, al fin y al cabo es mi dinero, mi tiempo, mi interés o lo que sea, pero en el caso de una institución, la que sea, ese apoyo debería ser por la calidad del músico, y no por la cantidad de gente que, volvemos a la predisposición, lo apoya. A no ser que la institución esté contando votos, o sea, esté mirando más por sus intereses.

Otro día ya os hablo del silencio. Del apoyo, al que critica para que, de ese modo, barrigas agradecidas que decía aquel, guarde precisamente silencio. Y mientras, verbigracia, hay gente que se queda en el camino. Lo dicho, muy injusto.

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