Publicado el: Mié, 9 Feb, 2022
Opinión

Otra vez

Y fue entonces cuando te abrí el alma, en aquel mes que siempre ha sido nuestro. La luz que desprendes me iluminó por completo. Pero había una pena escondida. La vi en tus ojos, y apenas pudimos disfrutarnos caminando por la vida. Ni trenzarnos las manos. Ni reírnos juntos. Ni la vida que pasaba podía hacer nada. Sólo teníamos aquellos momentos de intimidad en un hotel en construcción o en algunos parajes escondidos que nos llenaban el alma de felicidad y de barro los zapatos. Y aunque intenté salir de mi mundo y meterme en el tuyo, no fue suficiente. Y la dama marchó y el mundano se quedó sin ganas de escribir, sin ganas de vivir, y dejó secar la pluma aquella que mal escribía sonetos cojos y ripios malsonantes.

La vida siguió y la insistencia de los amigos me hicieron desenvainar un bolígrafo Bic que guardaba para la ocasión y escribí un poema que fue el primero de muchos. Un poema que tengo marcado en el alma y que hice inmortal y que anda por ahí, metido todavía en un libro que contiene, además, otros poemas que recopilaban aquellos que sobrevivieron a nuestra historia.

Fue una huida sin explicaciones, una desaparición que se llevó una parte de esa estima que no sé si quiera si yo tenía.
Pero no era capaz de olvidarte y puse tierra de por medio. Un viaje a la vida sin ti, casi dos años. Juro que me lo creí, que creí que te olvidé, poco a poco, hasta que la vida me puso en mi sitio y me demostró que el olvido está lleno de memoria.

Vinieron otras, de cuyo nombre sí que me acuerdo, y que vienen a colación porque también se fueron sin dar explicaciones. De un día para otro, dejando otra herida sangrando, llevándose otro pedazo de autoestima, eso que tanto daño hace. Fue una pausa en lo que llaman vida. En mi caso la vida era todo aquello que sucedía mientras yo me empeñaba en amarte en silencio, desde dentro, sin ni siquiera saberlo. La diferencia de todo es que estuvimos media vida sin vernos.

Y llegaste de nuevo. Y todo empezó con un abrazo. Pero siguieron entonces las mismas historias de siempre. Pero seguía una pena escondida, seguía en tus ojos. La seguía viendo en tus ojos. Y apenas pudimos disfrutarnos caminando por la vida. Ni trenzarnos las manos. Ni reírnos juntos. Ni la vida que pasaba podía hacer nada. Sólo teníamos aquellos martes benditos y algunas mañanas de estraperlo. Tu vida era otra vida distinta de aquella niñez de entonces, la mía también. Pero siempre fue así porque nunca hemos querido ver si la vida verdadera es la que tenemos cuando el tiempo nos une.

Hasta que una mentira, de esas mentiras que se hacen eternas, te apartó de mí. Y otra vez sin explicaciones. Y una tercera herida sangrando a destajo. Esta hizo más daño, la carne apaleada estaba ya un poco más débil. Y no tenía viajes para cambiar de rumbo. Ni viajes ni ganas. Ni ganas ni tiempo. Ni tiempo ni edad. Ni edad ni nada.

Sobre el autor

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