Publicado el: Mié, 26 Ene, 2022
Opinión

La misma piedra

Hay lugares en los que la vida es un recuerdo y pinta garabatos en la memoria, y hace borrones que desordenan las páginas más recientes. Hay lugares en los cuales las puertas cerradas son sueños incumplidos, en los que el dolor es la clave para saber si es necesario empezar de nuevo o poner punto final. Raciocinio. Hay momentos en los que es necesario agudizar los sentidos para no tener que negar lo que es evidente, para hacer como que mi mente ignora todas esas palabras que no quieren decirse. Hay lugares en los que la vida duele… y momentos.

Era abril entonces,  fábula de fuentes,  primavera de un amor que apareció sin mediar palabra, rodeado de libros, de poemas a diestro y siniestro, de caramelos de menta y de verdades que se cuestionan. Un día sí aparecías, varios días no. Yo tenía sed en los labios, vacío en las manos y el rostro seco. Empezaba a soñar, eran los primeros vaivenes de un alma que aún no se tambaleaba por la vida. Vivía intentando descifrar por qué algunas sonrisas no me eran indiferentes, justo cuando, birlibirloque, una de esas sonrisas se me puso delante.

Los días sabían como la tuera, las noches nacían y morían en rotundo silencio, las tardes sí eran distintas, las tardes nos ponía a uno frente al otro, para que así pudiésemos mirarnos fijamente. Todavía recuerdo los párpados cerrados, como persianas, de aquel amor que empezaba a entrar por los ojos -por esos ojos donde ha vivido siempre, donde sigue viviendo pese a todo-, todavía recuerdo aquellos besos atados por los eslabones de tus labios, todavía recuerdo a la vida mirándose, narcisista, en el espejo del alma. Aún te recuerdo diciendo que no, negando la evidencia, haciéndome un siete en el corazón, un descosido en las venas.

Vivía al límite del aire, con la única ilusión de que fuésemos, algún día, eternamente nuestros, desertando de la noche que ya se hacía interminable, buscando esa mirada tuya que me abría el mundo de par en par, desgarrando mis manos buscándote palabras, intentando unos poemas para recitar a la orilla de tus labios.

Y aprendimos a huir, a pasear a escondidas por el fin del mundo, por racimos de estrellas que nos miraban de reojo, por donde el tiempo se acicalaba para vernos, por donde el amor nos hablaba en voz baja y gotas de felicidad brillaban, dentro de tus entrañas, cabalgando taquicárdica por tus arterias, por donde alquilamos un sueño y por donde ya no parecías imposible.

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