Publicado el: Dom, 30 May, 2021
Opinión

Alíx

Camarón de La Isla.
Fotografía. Alberto García Alíx.

Quizás lo que mejor recuerde de mí paso por el Grupo Información, donde fui más a aprender que a trabajar, fue mis entrevistas a los flamencos que estaban despuntando allá por los años noventa en La Isla, es decir a Camarón en las Veladas que se organizaban para construir su peña o la entrevista cuando salió su trabajo discográfico Soy Gitano; a Sara Baras cuando volvía de su gira por Japón o a una chiquilla con unos diez años que empezaba a despuntar y que la llamaban La Niña de Pastori. La verdad que visto actualmente mi trabajo periodístico comenzó a lo grande con las tres grandes figuras de cada modalidad, aunque dicho con la máxima humildad con la que puedo expresarlo, eran personas del día a día de la Venta de Vargas.

Tras varios meses en el periódico fui reclamado por mi familia para trabajar en el restaurante y a regañadientes dejé mi incursión en el periodismo que era el oficio que más me gustaba, para ocupar mi lugar familiar en la hostelería. Eso sí, conocí a mucha gente e hice muchos amigos que aún sigo disfrutando.

Un medio día mi padre que estaba trabajando en su turno de la Venta, llamó a mi madre para que fuera a saludar a Camarón al que le estaban haciendo un reportaje fotográfico en la propia Venta. Nos montamos en el Seat Panda rojo de mi madre, llamé a mi amigo Carlos que era un gran admirador de Camarón y llegamos a la Venta. José estaba metido en el cuartito, el primero, el que ahora es cuartito de Camarón, con la puerta cerrada. Mi padre me dijo que el fotógrafo era un poco “malaje” y si íbamos a hacer algunas fotos, que esperáramos a que la sesión tuviera algún receso. En el transcurso de la espera llegó un amigo de mi padre muy aficionado al flamenco, Julián Guerrero y un comparsista muy amigo mío llamado Joaquín Rodríguez y que era conocido por estos lares como El Maspapa.

La sesión fotográfica en cuestión estaba dirigida por un tal Alberto García Alíx, para una revista de nuevo cuño denominada El Europeo y era cierto lo que decía mi padre, el carácter del fotógrafo era un poco agrio. Después de aquello leí y me interesé por aquel Alíx y el fulano era un personaje de la fotografía, Premio Nacional de Fotografía 1999, enmarcado en el movimiento contracultural de la Movida Madrileña que surgió en la capital durante los primeros años de la transición de la España posfranquista donde brillaron personajes como Francisco Umbral, Enrique Urquijo, Antonio Vega, Paco Clavel, Santiago Auserón, Olvido Gara (Alaska), Iván Zulueta o Pedro Almodóvar. El tal Alberto, un personaje, alto desgarbado, con unas grandes patillas insinuando a las de un bandolero y con un cuerpo que se adivinaba tatuado hasta las orejas.

Mi padre nos dio paso al reservado y allí vimos a ese Camarón inmortal sentado en el vértice de la mesa, digo inmortal porque aquella sesión de fotos junto a las de Pepe Lamarca son las más conocidas del cantaor; aprovechamos todos los que queríamos fotografiarnos con él y entramos todos con gran sigilo bajo la monstruosa mirada de Alix que bajo sus ojos de ira se adivinaba un gran mosqueo. Pues, cuando estaban todos colocados, me doy cuenta, debido a los nervios que estaba pasando, que mi cámara Canon Réflex, no tenía carrete. Porque antes las cámaras tenían carretes de película que después había que llevarlo a revelar y solían tener espacio para 36 fotografías. Mi amigo Carlos que moría con Camarón, casi llora y me dice que el fotógrafo no va a dejarnos entrar otra vez. Estaba claro que a Alberto no se lo iba a pedir, hubiese sido el colmo, salí corriendo a una estación de servicio que está anexa a la Venta pero me encontré a mi jefe del periódico, Antonio Atienza, que entraba con su inseparable Juan Franzón. Le conté mi problema y rápidamente me dio un carrete blanco y negro, puesto que ellos fotografiaban así para el periódico y además era revelado por ellos allí en su sede, San Nicolás, 34.

Magníficas poses, magnificas fotos. Todos locos con esas fotografías con Camarón el grande y todos sin ver el momento que fueran reveladas. Pues pasé por la tienda fotográficas y allí las dejé.

¡Ay Dios mío!, no salieron ninguna. Los fotógrafos del periódico reutilizaban los carretes de fotos, compraban película y rellenaban los carretes. El que me habían dado era una película de blanco y negro, y por fuera ponía que era de color. El resultado un carrete velado. Creo que aún en sueños se acuerdan de mí y en la historia de las mejores fotos de nuestra vida, que no salieron.

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