Publicado el: Jue, 29 Ago, 2013
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El Madariaga

madariagaCada vez que se acerca el final del verano siempre vienen a mis recuerdos aquellas grandes noches de cine y de juego. En una Isla en la que los niños podían venir del cine solos por la calle. Donde las “casapuertas” estaban ocupadas por las familia sentadas en la calle tras cenar tomando el fresquito.En la esquina de Ancha se ponían por esta época ya los vendedores de higos, como no con su “lambretta” con sus dos “cerones” Muy poco antes de adquirir las entradas ya estaban los niños mirando a ver en que puerta de acceso se situaba “El Mudo” famoso y severo acomodador que era el terror de la chavalería y que al que pillara colándose a parte de un “cosqui” lo obligaba a recoger tras la película las sillas.

El Madariaga era el templo del verano nocturno, con su gran pantalla -que era un bloque que nunca se terminó – y sus tres partes: banco, sillas y butacas. Con su gran aliciente de que era el único cine en que se podía comer pipas, aunque tu madre ya te había preparado una cantimplora de casera de naranja y un bocadillo de bistec “empanao” o tortilla. Y sin olvidarse de la “Rebequita”.Lo primero que había que hacer nada más entrar era hacer acopio de silla para formar el campamento por si refrescaba, colocando la silla de sentarse, otras dos al lado y otra para los pies, eso si no había un gran estreno que provocara un llenazo.

Muchas veces se optaba por la terraza de arriba que desde butaca se accedía y allí había “cachetas” para ponerse en el pretil y otras por los toldos de al final de cine ideales para loas noches de relente. Sólo quedaba surtirse de chucherías y no tener mucha sed porque por aquellos años en los cines el vaso de agua valía una peseta.Aún siendo de día y empezando a oscurecer, los primeros sones del No-Do animaban la noche. Los anuncios locales, el “movierecord” y los “trailers” que tanto nos gustaban darían paso a la película, que ciertamente daba igual, nos tragábamos lo que echaran. Pasamos cientos de noches con Louis de Funes, Bruce Lee, Terence Hill y Bus Spencer o Roger Moore y como no también se produjeron sus llenos con el inefable  Manolo Escobar que era muy seguido por la “fiebres del barrio”. Noches de verano que se llenaron de Disney, Agente Secreto 007 y el malvado “tiburón” o como aquí se conocía “bocahierro”, Fantomas, Mosqueteros, “Combois” y espadachines.Los niños, embebidos de lo visto en la noche anterior, eran la señal para saber de que iba la película proyectada. Si era “Karate a muerte en Banckog” o “el Luchador Manco” había grandes saltos, “lunchacus” hechos con palos de fregona y cadenas del Bazar Inglés y gran repertorio de llaves o si era del oeste, grandes “mascazos” y disparos de “paño, paño”...

Al salir lo más importante era ver, casi como un rito, las carteleras que eran colocadas esa misma noche de lo que ponían al día siguiente. Poco a poco se acaba el verano, volvía el colegio... pero los sueños -como dijo Aute- cine son...

 

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Mostrando 1 comentario
  1. BENITO dice:

    Cómo he disfrutado leyendo el artículo. Me he visto yo mismo en esas noches de verano en las que soñar con la peli era nuestro gran entretenimiento.

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