Publicado el: Mié, 8 May, 2013
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Uno de los tres jueves

corpus_1979Uno de esos, de los que relucían más que el sol. Ya se acerca una fecha, que tras el “crimen del mes de mayo”, llenaba de ilusión a toda la Isla y era el “pistoletazo” de salida del verano y... de las vacaciones.

Cuando era Jueves – antes de que la política y la Curia decidieran eliminarlo en nuestra diócesis – y preludio de un puente. Cuando ese jueves la Isla aparecía engalanada y era un gran día familiar. Muchos, por la mañana habían madrugado, para ir a ver el otrora famoso Corpus de Cádiz, era un día entero en la calle. Porque desde muy temprano las fuerzas de Marina e Infantería de Marina empezaban a formar y a distribuirse por la ciudad para luego -más o menos desde las tres de la tarde- cubrir la Carrera.

Era un día en que las familias se afanaban en vestir de nuevo a sus hijos e hijas de Comunión para luego abrir la procesión. Un día en que se comía en la calle, ese jueves había “cachetás” para coger mesa en Casa Barón, Casa Domingo o el Nanai.

Tarde de “cafelitos” en la Mallorquina o en los Hermanos Picó. Una jornada que no iba nadie a la Playa, que no había cola en la parada de la Iglesia Mayor de la “Carterilla”,  en la que se lucían las mejores galas veraniegas. Durante mayo se habían vendido numerosos trajes de “mil rayas” o fresquitos para el verano. Comercios como Martínez, Valle o Almacenes Blanco prorrogaban su temporada primavera con el Corpus. Y que decir de los “palets” de telas fresquitas para señoras que vendían La Saldadora, Domínguez o Tinoco. Amén de los accesorios de Casa Salas.

Sobre las cinco de la tarde estaba toda la Isla paseando por esa señorial calle real perdida ya para siempre. Practicando ese gran deporte de la Isla que era pasear, sentarse en una terraza y observar a todo el que se cruzaban o pasaba. Eso sí siempre por una acera, la otra era para los “tramposos”.

La Isla oliendo a romero, con un pueblo orgulloso de sus tradiciones. Con un marco ya perdido: La señorial Plaza del rey y la romántica Alameda.

La procesión desde la Iglesia Mayor era seguida por toda la ciudad, con la Patrona sin su palio (que por cierto nada se sabe de él) y con numerosas autoridades de todo tipo que sí asistían entonces. Con la bendición final nadie se iba ya que todas las fuerzas que habían estando rindiendo honores en la Carrera, ofrecían un desfile por toda la Calle Real que daba fin a una jornada festiva de la Ciudad.  Jornada que, al ser puente, los más jóvenes continuaban por los antaño ambientados numerosos locales de la ciudad.

Pero todo se acabó, se acabó el ser en jueves, se acabó la grandeza con los diferentes embates de la política y de las numerosas y ruinosas comisiones organizadoras siempre a los caprichos del clero y se acabó, como casi todo en la isla, uno de esos días que relucen más que el Sol.

Pablo M. Sánchez Martín

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