El don de hacer sentir
Es difícil expresar emociones que no son habituales, que se dan sólo en ciertos momentos y con determinadas personas o, más bien, con sus almas. Todos poseemos un don, eso ya lo sabemos; un don que tenemos el deber de compartir con los demás, ya que siempre servirá para llenar de felicidad a quien lo percibe.
Entrar en un teatro es una gran aventura llena de incertidumbre, ya que, aunque este edificio sirva para dar su lugar a diferentes tipos de representaciones artísticas, esto no significa que siempre se consiga el efecto deseado. Muchos seguimos caminos equivocados durante parte de nuestras vidas (algunos durante toda su existencia). Tal vez por exceso de ego o por las opiniones poco objetivas de unos seres queridos que no nos quieren tanto como para decirnos la verdad. Por eso, hay veces que no disfrutamos del espectáculo, mientras que otras, los minutos que pasas entre sus paredes se hacen escasos y las sensaciones infinitas…
No hay palabras para expresar lo que se siente cuando alguien pone toda su pasión en lo que hace y, cuando esto que hace, está pensado para llegar a otros corazones, a otras pasiones que se alimentan de la belleza, que se inspiran a través del resultado de otra inspiración y cobran sentido por el propio sentido de todo lo que observan. Lo más bonito que puedo sentir como escritora es esa magia que me inunda dejándome sin lo más importante que poseo… las palabras.
Aun así, no puedo quedarme con las emociones vividas dentro, pues tampoco estaría cumpliendo con mi cometido en esta vida. Y, aunque no tenga las palabras adecuadas para transmitir lo que sentí, no puedo hacer otra cosa que intentarlo…
Recuerdo un suave comienzo que, poco a poco, se fue intensificando, sin pedir permiso, sin hacer cambios bruscos, como el médico que distrae tu miedo antes de una operación. Quizá era eso, la transformación de mi alma lo que precisaba aquella intervención. Hubo un momento en el que llegué a oler aquel tiempo. Nunca me habría planteado cómo huelen los años, las diferentes épocas, con formas tan dispares de vivir y sentir. Pero así fue como pasó. Podía notar la humedad cuando parecía caer la noche, el frescor del rocío cuando despertaba la mañana y los sonidos del ambiente en mis oídos, aunque no hubiese más que oscuridad bañada de soledad.
Lo más bonito de dejarse llevar, dejando fuera la mente, es que nuestro ser se mueve con más sentidos de los que conocemos y, por tanto, lo que nos rodea, no se percibe sólo en nuestras retinas, ni en nuestra piel, no se queda en el amargor de unas duras escenas, ni en el sonido herido de un grito que clama a la vida y a todo un Universo lleno de hilos que a veces parecen olvidarse de que estamos vivos…, sino que todo eso se une a nuestra alma y hace que nosotros lo seamos todo: el sonido y el silencio, las luces y la oscuridad, la certeza y el cúmulo de dudas, las leves sonrisas y el duro llanto de otra persona perdida en su propia realidad.
Para mí, un artista es alguien capaz de tocar almas, de hacerlas vibrar, llenarlas de energía que les lleven a ser mejores. Ya sea por la música, la pintura, el teatro o las letras, pero, sea como sea, rozando siempre el corazón. Surge la satisfacción tan sólo con ver cómo la inspiración se convierte en algo tangible, pero la verdadera esencia, de lo que se hace con pasión, es conseguir estremecer al mundo, pues en cada vibración positiva que creamos, estamos haciendo nacer la paz, la alegría y la felicidad.
Gracias a ti, y a todos los que cumplen sus sueños y los comparten, por hacer que cada vello de mi piel sea un mar de emociones que si ti, sin vosotros, jamás llegaría a sentir así...