Publicado el: Sáb, 9 Abr, 2022
Opinión

La hermandad de los detalles

Maestro Rafael Huertas Soria.

El pasado viernes, día 25 de marzo, tuve la gran suerte de asistir al concierto que la Banda de Música de la Hermandad del Nazareno nos ofrecía en la Iglesia Mayor, y al margen de disfrutar de un acertado repertorio de piezas magistralmente interpretadas, mimadas hasta casi la perfección, pude ser testigo además de un hecho realmente importante, histórico diría, al menos para mí, de esos que cuando pasa el tiempo, y nos referimos a ello, lo recuerdas con la manida frase de “yo estuve allí”, y para mi suerte, allí estuve, y la verdad es que me sentí un verdadero privilegiado por ello, una de esas oportunidades que se te brindan en la vida y que las vives y disfrutas totalmente por casualidad, y por ello doy gracias a mi destino.

Aquel concierto que a priori podría parecer uno más al uso, como tantos, resultó finalmente ser uno muy singular, realmente especial, y quedará grabado gratamente en mi memoria por muchos motivos.

El primero fue la manifiesta sensibilidad de la banda, de todos sus componentes, absolutamente de todos, y muy especialmente de su director, D. José Luís Álvarez Llaves, que ante la presencia de su preceptor D. Rafael Huertas Soria, mostraba un excepcional respeto, una casi inusual reverencia, un reconocimiento formal, y numerosas muestras de cariño, que permeaban en ambiente, trasladándonos a todos, desde esos momentos iniciales esa sensación curiosa de que estábamos viviendo unos momentos diferentes, exclusivos, inolvidables.

Comenzó su transcurrir y fue sucediendo hasta llegar al momento en el que reconocieron también el mérito de otro gran compositor que estaba presente en el acto, uno que pasará sin lugar a dudas con letras grandes a la Historia de la Música Cofrade de San Fernando por haber escrito marchas procesionales para muchas de nuestras hermandades y cofradías, y entre ellas Atado a la Columna, una marcha que para mí especialmente es la reina de las marchas, la obra maestra perfecta, escrita el año 1993, para conmemorar el Centenario de la Hermandad, una marcha que al oírla te conmueve, te emociona, te paraliza y te embriaga, por lo genialmente compuesta que está, y por todo cuanto significa, en especial para mí. Siempre me sentiré en deuda con Rivera Tordera, porque tengo la sensación que nos regaló algo impagable, algo de un valor inabarcable, un verdadero tesoro. En esta ocasión el reconocimiento era por la autoría de la marcha Madrugá y Aurora en la fe del Regidor Perpetuo otra extraordinaria composición que te traslada a la anochecida, a las dos de la mañana en el pórtico de la Iglesia Mayor iluminado, a la sombra de una cruz reflejada sobre la añeja pared, aroma a fervor, olor a gente, a incienso y sal, a levante, sabor a Isla, para de repente trasladarnos a la milagrosa amanecida de un viernes de pasión azul, azul celeste como el cielo de los gorriones por Capitanía, que despiertan a la brisa marinera acariciando el pelo de nuestro Señor que parece cansado mientras es mecido con una fuerza tremenda, mucho más poderosa de lo que alcanzamos a comprender, una fuerza que nos encoge el corazón y nos emborracha de devoción Nazarena, que nos anuda la garganta, y nos inunda de ganas de gritar, de cantar, de volar hasta su vera.

Antes de dirigirla, como también hiciera no de manera tan directa, el Director de la Banda, José Luis Álvarez,  mencionó a una persona a la que aprecia de manera especial, a su amigo José Moreno Fraile, que como todos los que pertenecemos a este mundillo cofrade sabemos, viene enfrentándose a unas tristes circunstancias personales, al estar luchando contra una temible enfermedad que le ha sobrevenido siendo aún demasiado joven. El buen amigo no se olvidó de su mejor amigo del alma, y lo tuvo allí presente, mientras dirigía esa preciosa pieza que todos escuchábamos por primera vez.  Mientras la oía, pensaba en Pepe, en Pepe Moreno Fraile, en lo injusto que es la vida a veces, para él, para su esposa, para sus hijos, que no merecen pasar por donde lo están haciendo, víctimas de un infortunio casual que no tiene explicación. Aquellos acordes me recordaron sus valores y devoción nazarena, su implicación para con la Hermandad, todo cuanto hizo para conseguir el nombramiento de Alcalde Perpetuo, por el que tanto trabajó, por el que tanto luchó. Y ahí queda esa lucha como testimonio eterno, convertida en la Medalla de la Ciudad que Jesús luce orgulloso sobre su pecho. Yo estoy seguro de que Pepe, a pesar de estar ausente, fue testigo de alguna manera mágica de todo cuanto estuvo ocurriendo, estoy seguro de que de alguna manera incomprensible pudo sentir y vivir eso mismo que todos los que estábamos allí  vivimos y sentimos. Seguro que fue capaz de disfrutar del reconocimiento que, a través de su amigo Rivera Tordera, le hacía toda la familia nazarena. Nazareno, palabra tremenda en la que nos hermanamos, que desplaza cualquier diferencia, que nos aúna en un sentir común. Aquel gesto fue uno entre tantos de los que estaban sucediendo aquella noche tan especial.

Luego, a continuación, con palabras en diferido del cofrade y poeta Antonio Alías, ausente también por problemas de salud de su padre, se reconoció igualmente a  D. Rafael Huertas Soria, fundador de esa banda y de la Escuela de Música de la Hermandad del Nazareno, una escuela musical que en reconocimiento a todo cuanto había hecho ese hombre, acordó cambiar su nombre para pasar a llamarse 'Escuela de Música Rafael Huertas Soria', en señal de homenaje, de reconocimiento, de profundo agradecimiento por todo cuanto ha dado a lo largo de su vida. Aquel hombre, humilde y sobrepasado por la situación estaba fuera de sí, y parecía sobrepasado por la emoción del momento, y no encontraba la manera de expresar su agradecimiento por dicho reconocimiento. Yo lo miraba con una sensación extraña, como si estuviera siendo testigo en primera persona de algo grande, una extraordinaria película de cine cuya banda sonara estaba siendo interpretada por aquella banda, la de la madrugá y alba.

A esto me refiero precisamente cuando digo que tuve la gran suerte de haber vivido uno de esos momentos históricos que luego se recuerdan con cariño y con esa tan manida frase de "yo estuve allí". La Academia de Música de la Hermandad del Nazareno cambió su nombre para llamarse Maestro Rafael Huertas Soria, y allí estaba el Maestro, a sus 89 años, emocionado y reconocido, sobrepasado y casi sin palabras, en la que él mismo denominó su última marcha dirigida por imperativo de su edad, y allí estuve yo, sentado a su lado, viviendo ese momento que mi Hermandad del Nazareno nos regaló a todos, de manera espontánea, como ocurren las grandes historias que nadie se esperan. Los homenajes en vida, como decía mi madre, y en vida se han dado, a Rivera Tordera, por sus valores como compositor, a Moreno Fraile, por su implicación nazarena y al mundo cofrade de la Isla en general, y al Maestro Huertas Soria por ese legado que deja para la Hermandad y la propia ciudad de San Fernando.

Gracias Nazareno. ¡Qué grande es esta Hermandad! Sus hechos dan testimonio y yo me siento muy, pero que muy orgulloso de pertenecer a esta gran familia.

Aún recuerdo Jesús, cuando te vi por primera vez en mi vida, a mis seis o siete años, sentado sobre el bordillo de la calle, de la mano de mi madre. Aún recuerdo ese instante en que cruzamos las miradas y nos hablamos. Aún recuerdo Jesús, lo que nos dijimos, y lo mejor de todo, aún sigo soñando aquel momento con la misma intensidad de un alma novel, que llena de dudas supo entender desde el primer instante el misterio de tu pasión tan grande, que empapa, que moja, que agarra, que prende, que te transforma y te hace renacer.

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