Publicado el: Mié, 6 Jul, 2022
Opinión

La condición del ladrón

No hay nada más ruin ni más cobarde que un calumniador, no hay nada que haga más daño que una mentira por aquello de que, a fuerza de repetirla, puede incluso parecer verdad. Como seguro que os pasa a vosotros yo también los tengo cerca, y eso que dedico tiempo, ya demasiado, a intentar esquivarlos, pero es difícil, el disfraz de la hipocresía les queda como un guante -tengo incluso gente en mi propia familia que escupen veneno, menos mal que con ellos, con ellas, sólo comparto la sangre, algo demasiado sobrevalorado-, están por todas partes.

He oído calumnias que son verdaderas gilipolleces, como las de algunos tertulianos literarios y escritores, o escritoras, que ven que ya les roza la senectud y todavía no han llegado a nada, buscadores frustrados de gloria que se quedan sin tiempo y claro, su felicidad sólo pasa por ver hundidos a los demás, a los que sí son felices. A los que, ojo, que a lo mejor tienen suerte y lo consiguen.

Pero otras veces dan miedo, alguna vez, lo reconozco, yo lo he sentido con alguno de ellos, de ellas. Os pongo un ejemplo. Fue en la presentación del libro de una amiga mía a la que despreciaban hasta casi el acoso. El acto lo organizaba la Universidad de Cádiz y al término de la misma, en el camino de regreso lo noté, el miedo. Yo conducía y por el retrovisor vi sus ojos inyectados en sangre, su boca llena de blanca espuma – así, con el adjetivo delante para que pueda criticarme si me lee, como alguna vez ha hecho con otros- secuela de la rabia, primer síntoma de la envidia; su lengua viperina vomitando improperios, maldiciendo que la biblioteca de tan insigne estamento tuviese ese libro en sus estanterías -el autor, autora, había dejado dos libros firmados para ello-. Y así todo el camino, con un enfado monumental que, os lo juro, acojonaba. Eso es enajenación y por experiencia sé que la gente con esa enfermedad es capaz de lo que sea con tal de destruirte.

A partir de ahí me alejé, nunca he querido gente así a mi lado.

También la he sentido de cerca, la calumnia, he notado su calor en la nuca, persiguiéndome por todas partes, por la derecha y por la izquierda -iba a poner a diestro y siniestro, pero esa expresión la he usado alguna vez y, si me lee, va a decir que siempre utilizo los mismos clichés, porque si lo hago yo es un cliché, si lo hacen ellos el cliché se llama estilo-. Como digo los he sentido de cerca juzgando mi amistad con algunas personas, dudando de mis capacidades y de mis conocimientos, poniéndome adjetivos que cada vez me importan menos -véase el título de este texto- hablando a mis espaldas con personas que ellos no sabían que eran amigos míos y que, como buenos amigos, usaban la crítica hacia mí para partirse de risa y para ponerle cara a la hipocresía y a la falsedad.

Lo único bueno de esto es que, si lo piensas bien, realmente, es fácil reconocerlos, o reconocerlas. Sólo tienes que quedarte quieto, o quieta y esperar: apuesto a que en su latente torpeza envían un mensaje a un grupo de wasap por error que acaba descubriendo el pastel o, en otros casos, vendrán como alma que lleva el diablo a contarte algo de alguien. No falla, lo harán. Ahí entonces los habrás descubierto, es su afición favorita y, por ende, dedican a ello la mayor parte de su tiempo.

Sobre el autor

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