Publicado el: Jue, 21 Jul, 2022
Opinión

Castillos de naipes

Fotografía Eduardo Formanti.

Qué delgada es la línea que separa la sabiduría de la pedantería. Cuánto sabio de ocasión pulula a nuestro alrededor ofreciéndonos, sin oficio ni vocación y de manera inoportuna, su vasta sapiencia. Quién no ha tenido que soportar —y estoy seguro que en más de una ocasión— al erudito de turno que, sin previo aviso y a traición, nos ha ofrecido toda una “clase magistral” sobre urbanismo y humanidad, sobre el origen del universo o la mortandad del mosquito tigre. Cuántas veces flamencólogos, politólogos, historiadores, profetas, literatos o científicos, en todo un alarde de conocimiento y con el noble fin de “salvarnos del tedio y la ignorancia” nos han abrumado con un sinfín de datos, anécdotas, títulos de libros de lectura obligada, documentales y una lista interminable de recomendaciones, sin percatarse en ningún momento de que lo que trataban de transmitir, si en un principio pudiera haber sido interesante, a fuerza de ofrecer testimonios y eternos argumentos entrelazados, había dejado de serlo para convertirse en una auténtica tortura, una gota malaya que iba taladrando nuestro intelecto al tiempo que aumentaba a pasos agigantados nuestro fastidio y las ganas de salir corriendo.

Qué raro es el erudito que prefiere el silencio y huye de la multitud, para encerrarse o bien en su laboratorio con su equipo de trabajo y poco más, o a solas en su despacho rodeado de apuntes y de libros y, desde allí, lejos de los focos, tratar de aportar con la mayor humildad posible cuanto sabe, eludiendo la peligrosa adicción al protocolo o al papel cuché. Un ejemplo claro de esta forma de proceder la encontramos en el escritor latinoamericano Adolfo Bioy Casares, quien, en un derroche de genialidad (que no pedantería) para eludir hablar en público solía decir: “Yo soy escritor por escrito.”

En estos tiempos donde desafortunadamente hay tanto “intelectual” que, con una soberbia que raya la estupidez, intenta sentar cátedra en cuanto dice, sería oportuno recordar que todos vivimos de opiniones prestadas y que, simplemente, solo somos constructores de castillos de naipes y que, por tanto, todo cuanto decimos y creemos aportar para la posteridad es tan frágil e insignificante que una minúscula ráfaga de viento lo desmoronaría en apenas un suspiro.

Sobre el autor

- A veces las apariencias no engañan y todo es lo que parece.

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