Publicado el: Mié, 15 Dic, 2021
Opinión

Déjame desabrocharte este mundo...

Déjame desabrocharte este mundo inerte y desalmado, déjame meter a mis palabras detrás del algodón de azúcar de tus labios, déjame dibujarte trozos de invierno a la sombra en un playa cualquiera, junto a la luz apagada de un faro, a las puertas de un castillo lleno de mil historias -una de las cuales ya será la nuestra- . Déjame ofrecerte la chatarra que sale de mis dedos, ahora que debajo de mi aliento trasiega mi sangre, esa sangre que tu olvidó convirtió en aguardiente y que ahora, como un milagro se ha convertido en sonrisas.

Recuerdo que entonces agonicé a media voz para no hacerte cómplice de mi muerte.
Deja que resucite este mismo corazón que se enterró adrede en la fosa común donde malviven y malmueren aquellas antiguas soledades. Qué bonito es ahora pensarte de nuevo abrevando a sorbos la tristeza que el tiempo convirtió en costumbre, qué bonito firmar contigo esta alianza con aquellas palabras perdidas que, aunque parezcan las mismas, significan en cambio otras cosas, aquellas que desobedecieron tus besos más deseados, aquellos que otrora saciaron el dolor y la acritud de las distancias, que pintó de negro aquellos momentos en los que casi te tuve.

Sonríe a la vida, a esa vida nuestra, sacada ya de los huecos de la memoria, antes de que mi silencio se encuentre cara a cara con esos fantasmas ataviados de miedo e intenten despedazar estas palabras que ya son tuyas, que yo solamente escribo. Alimentarme de esa sonrisa es la manera más hermosa de aliviar lo poco que queda de aquellos espectros de entonces, de esos miedos graves e innecesarios.
Me agarro a esa verdad que ahora desprenden tus ojos, hasta que la mentira nos pida explicaciones y un deja vu me revuelva aquellos antiguos sueños. Esos sueños mismos que ayer rememoramos. Esos recuerdos de veces primeras. Verdad y beldad, dos conceptos que llevas por bandera.

En las postrimerías de aquel ayer que pasó estaba todavía esto que ahora somos, lo que seremos también mañana, aunque tenga que hacer caso omiso a este miedo reincidente que me viene a veces, a esta razón que me mortifica cuando intuyo tus ojos apagados.

Sonríe así siempre, que esa sonrisa lunera es la mejor manera de que estas palabras, este tiempo de ahora, esta maravilla que nos delata, no se deshaga.

Nos sobran argumentos, nos faltan aquellos momentos que una vez también nos faltaron, esos momentos que un destino torpe, insensato y cruel nos hizo abandonar un te quiero que parecía insignificante y que era, sin embargo, el te quiero más grande del mundo.

Del mundo sí, de este mundo vivo y almado que también quiero mostrarte.
Yo, entonces resucitaré a gritos para que seas cómplice de mi vida.

Sobre el autor

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