Publicado el: Lun, 23 Ago, 2021
Opinión

Rincones de aquella Isla. Bares y literatura

Todos tenemos ese lugar favorito donde desasirnos de las prisas o donde continuar con lo cotidiano porque forma parte de nuestras costumbres. Hay quien se escapa a orillas de La Casería, hay quien se va al último rincón de La Alameda, hay quien se pierde por la tranquilidad de las calles de los barrios, hay quien se va a la plaza o a mirar escaparates y hay quienes, como yo, busca su particular templo del café. Y donde pongo café pongan el néctar de su gusto.

Bares, cafeterías, pequeños restaurantes, bodeguitas, pubs, güichis (qué palabra tan bonita y tan nuestra: güichi). En aquellos, si no es uno escogido al azar, tenemos nuestro rincón, nuestra esquina, nuestra mesa predilecta y miramos con recelo y hasta maldecimos si estos nos han sido arrebatados -¡cómo se atreven!- por otros clientes que no habíamos visto nunca. Y es que los parroquianos, los habituales en el lugar de café o tapa diaria conocemos de los usos y manduca del resto.

Puestos a poner un lugar me permito pararme en uno en el que lejos del romanticismo estético del 44, lejos de la lírica de los cafés de la Generación del 27 del Torreplaza, del novecentismo de La Mallorquina, del realismo vívido de los cincuenta de Los Gallegos hay otra literatura.

Y es que la literatura y los lugares del comercio y bebercio están hondamente ligados. Ya sabrán de Bécquer y la famosa Venta de los Gatos en Sevilla, Lorca y el Café Alameda en Granada, Cela y demás pléyade literata y el Café Gijón en Madrid… Me detengo, decía, en un lugar donde el tiempo se debate entre las tapas y el café o chocolate con churros; entre la televisión a toda voz con un partido de fútbol, una corrida de toros o el programa pertinente según la hora de fondo, la lectura pausada de la prensa y la charla animosa, charlatana diría, parlanchina, desquiciante, casi de máquina de tricotar y casi siempre de mujeres, con la consumición consumida, valga la redundancia, en la mesa o la conversación de casi todo en la misma barra con el chato de vino o la cerveza los hombres. Aquellas voces huecas, guturales algunas, portentosas al punto de la estridencia. Y entre tantos y cuántos le confieren al lugar la etiqueta, sin duda, de popular. De popularísimo diría.

No tiene pérdida. En una de las arterias con más sangre comercial de La Isla, a pesar de la sangría económica a la que nos hemos visto abocados, nuestro punto de encuentro debiera ser considerado por el Ayuntamiento con uno de esos rótulos que destacan los emplazamientos: «Está usted en El Pescaíto».

Con sus aires de eclecticismo sesentero, hoy tan solo más noventero por mucho que se haya acondicionado, por su barra y mesas han pasado y pasan las filosofías de personajes de toda La Isla y hoy sigue siendo esa parada maravillosa de saludos entre viandantes y sedentes en sus sempiternos veladores de aluminio. Que fíjense si han sabido crear tipismo. Mismas mesas exteriores, mismas mesas interiores, misma distribución interior, mismo cartel luminoso exterior y con una carta tan escueta que cabe en un mostrador con apenas seis bandejas sobre la barra. ¿Y eso no es Arte?

Sí. Reconozco que en mis viajes a La Isla soy un habitual. Que cuando quedo y tengo que señalar un sitio, ya sea por cercanía, por costumbre o por vicio, lo hago allí. Ese te espero en El Pescaíto forma tan parte de mi vocabulario como del, estoy seguro, no pocos isleños que en la Semana Santa tienen un palco de excepción con merienda o cena ad hoc. Que en las noches de verano se complementa a la perfección un papelón de bienmesabe, croquetas, chocos, huevas con el helado de la vecina Jijona que le guiña dulce a sus clientes.

Permítanme este pequeño reconocimiento a este local hostelero y junto a él a otros tantos que, para qué desmentirlo, para no pocos es como el lugar de esparcimiento donde desasirse de la pesada cotidianidad, aunque también hagamos de lo cotidiano fiesta cuando acudimos a uno de estos rincones de La Isla. Estos benditos rincones de La Isla. Esta literatura oculta que comentaba, y que este que suscribe estas líneas ha plasmado en algunas hojas aunque de forma taimada, guarda historias y hasta poesía:

Ponme un trago de eso
que quema la garganta
y te calma el alma.
Ponme un trago de eso…
Que no hay quien dé
la extremaunción, camarero,
como quien sirve copa a copa,
como quien dice un ego te absolvo,
y deja que las penas
queden liberadas
en un líquido responso.

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