Publicado el: Dom, 6 Jun, 2021
Opinión

Breves de las memorias de aquella isla: el patrimonio romántico de La Isla

Puente de La Casería. Archivo Á. López.

Hace tiempo que se nos despeñó el romanticismo de esta Isla con una de las estampas más románticas de la bahía: la de su silueta recortada viniendo desde Chiclana. ¡O la de sus calles en los barrios de la Pastora o de la Iglesia Mayor! ¡O la de la plazuela de San Juan enfilando hacia la playita de la Casería! ¡O la del callejón Croquer! ¡O la de la Alameda con el fondo fantástico de sus viejas casonas-palacios! ¿Y qué me dicen del paisaje de esteros?

Hace tiempo que se nos despeñó el romanticismo, pero esta tierra sigue agarrada al resquicio de su breve pero intensa historia. Con los dedos enrojecidos por el esfuerzo y con las uñas sangrantes del quiero y no puedo mientras las clava valiente en la última piedra de ese precipicio al que los tiempos modernos casi la abocaron.

Hace tiempo que se nos despeñó el romanticismo, pero aún hay quienes luchan y luchamos por conservar de alguna manera esa piel que parece desgajarse, como muerta, del cuerpo de nuestra Isla de León. Y yo, miren por donde, con toda la humildad, me uno o me hallo entre estos. Y hoy resucito la estampa inimitable, la estampa que fue el culmen romántico para este que les habla.  La estampa que quedó impresa en los ojos, en el corazón y en el alma de aquellos isleños que tuvimos la suerte de contemplarla. La estampa de un lugar de leyenda: la de los amantes del Camino de la Cruz, que hasta la placa de la cruz que lo rememoraba ha desaparecido. La estampa de un ferrocarril bajo un puente. La estampa de un puente cordón umbilical entre un barrio y una ciudad: la del puente de La Casería.

Murió de la manera más trágica: a traición. Una mañana amaneció y las araucarias que lo vecindaban pusieron el grito en el cielo al ver que no estaba. La Isla había perdido a uno de sus vecinos más carismáticos, de sus vecinos más viejos, de sus vecinos más queridos, de sus vecinos más amables que hacían de la despedida o de la llegada un monumento a la nostalgia, a los tiempos pasados y perdidos, a las imágenes más bellas que uno pudiera encontrarse o dejar atrás. Había que acabar, parece ser, con un vetusto apéndice que había aguantado el peso de los años, que había soportado el desprecio de las administraciones locales, que había llevado bien haber sido sustituido por un puente sin gracia alguna; feo, impersonal. Y, sin embargo, a pesar de tanto agravio, había mantenido su estatus como monumento emotivo y hasta votivo por parte de quienes se encontraban con él cada día.

San Fernando no sabe o no supo conservar reliquias. Conservar las pequeñas esencias que lo hacen único o, cuanto menos, único para sus gentes. Aunque parece que la cosa, a Dios gracias, va cambiando. Parece. Quién sabe.

Aquel galán de piedra oscurecida por los soles, vientos y lluvias de tantos lustros, fue poco menos que acuchillado por el hierro frío de una traición de madrugada. El de aquellos que, en todo caso, debieron haber buscado otra solución –con seguridad más cara–. Fue, probablemente, más sencillo, más práctico, más barato, no sé, descuartizar uno de los bastiones románticos de La Isla.

Uno de esos sitios con encanto, una de esas escenas eternizadas en la retina de muchos, uno de aquellos dandis que, a pesar de los años, siguen embobando con su apostura.

sí, hace tiempo que se nos despeñó el romanticismo y, sin embargo, en el trabajo, en la constancia, en las herramientas y en las plumas de no pocos, aún se pulsa con la memoria más volátil. Aún se mantiene, espadas en alto, la batalla por recuperar el patrimonio de esta bendita Isla de San Fernando. El patrimonio no solo material sino aquel que, incluso desaparecido, como dijo Crespo en la obra del inmortal Calderón de la Barca, nuestro patrimonio romántico: «que no es sino patrimonio del alma».

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