Publicado el: Mar, 9 Sep, 2014
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España… ¿País de ladrones?

prohibido robarEste título podría asustar a algunos, indignar a otros y hacer reír a unos pocos. Permítanme decirles que pienso que hasta el más honrado de los españoles (y por extensión, quizás, de cualquier ser humano ¡menuda extensión!) ha robado en alguna ocasión.

“Sí señores, yo he robado, y usted, y usted y usted”; esa fue la demoníaca frase con la que intenté que mis contertulios de una fresca noche de terracita entendieran lo que a ustedes les explicaré a continuación. La respuesta, alterada, indignada y sobradamente soberbia de mis amigos y compañeros me dejó sumamente indignada; ya que estoy segura al 99,9% de que el mismo porcentaje de gente que conocemos han robado –de una u otra manera- alguna vez en su vida (o más de lo que ellos creen).

Mis amigos, a los que desde aquí pido disculpas por haberles sacado de ese estado de ignorancia en la que vivían respecto a todos nosotros, no daban crédito a mis palabras, ya que me tenían por una persona honrada, seria y comprometida. Sin embargo, he de decir que tras una larga exposición (cuatro cañas cayeron) no estaban tan seguros de mi total honradez y mucho menos de la de ellos mismos.

Señores, que levante la mano quien nunca, nunca (reitero porque parece que así me aseguro que entienden que es 0) ha utilizado lo que no es suyo en propio beneficio. Todo esto es porque el otro día, cuando a primerísima hora de la mañana caminaba por el acceso a mí puesto de trabajo, me crucé con un señor que alegremente arrancaba unas plantitas de los parterres. Yo, prudente después de todo, le di los buenos días y le pregunté si podía ayudarlo en algo, sabiendo que no trabaja allí y que a esas horas no esperábamos ninguna visita (al menos programada). Desconcertada e incrédula me dejó su respuesta: “No zeñora, ez que estas plantitaz zon mu guenas pa loz pájaro y como ezto ez del país po también ez mío”. ¡Y se queda tan tranquilo el tío! Yo, que no sabía muy bien si contestar, me quedo mirándolo con cara de pasmarote y me pongo a pensar. Finalmente le comento con una gran sonrisa que si no está muy ocupado podría hacerme un favor. “Si usted fuera tan amable de ir a Hacienda y traerme tres paquetitos de folios y dos de bolígrafos se lo agradecería, ya que me hacen falta para ponerme a estudiar y mi sueldo no me da para ir a comprar”; si mi cara era un poema, la suya eran dos. El hombre, algo desconcertado, me dice que si estoy loca, que eso es robar. Y le argumento que, como él me había asegurado dos minutos antes, si lo paga el Estado, lo pago yo y también es mío. Ante esta contestación el hombre, algo aturullado, me dice que no es lo mismo, que él está cogiendo unas plantitas que nadie le importan. Y quizás tenga razón, pero quizás no; porque si ese lugar tiene entre sus empleados a una persona de mantenimiento que hace las veces de jardinero, quizás si le importe que arranquen sus preciadas plantas ¿no? Ante los aplastantes argumentos (sólo porque tomé un buen café en el Bar La Plaza, sino mi atontamiento mañanero me hubiera dejado más callada que una---en misa), el hombre lanza con gesto, cara y postura de desprecio las plantitas al suelo (el daño estaba hecho, así que mejor si se las hubiera llevado) y se marcha por donde había venido, cabreado, indignado y molesto porque –creo que especialmente por eso- una persona muchos años menor que él le había dado una lección de civismo, ese que últimamente brilla por su ausencia.

Contada y explicada la anécdota, mis amigos siguen aseverando que jamás, en su vida (las había más largas –de cincuenta y tantos- y otras más cortas –recién pasada la treintena-) habían robado. Escuchada tal taxativa afirmación me dispongo a demostrar –con el permiso expreso de los presentes- que miente, aunque inconscientemente.

Le comento a una chica que trabaja en el un servicio de salud y que tiene dos peques si alguna vez en su vida ha utilizado el ordenador, la impresora y los folios del trabajo para sacar dibujos, cuentos o material didáctico para sus hijos. Ella responde que claro, que eso lo hemos hecho todos alguna vez. Dada la respuesta, hago extensiva la pregunta al resto de contertulios y todos –menos una persona que no tiene hijos- contestan de igual manera. Dicho esto, y viendo mi sonrisa triunfal me dirijo a la persona, que por motivos evidentes, no ha imprimido nunca nada para sus hijos, ya que no los tiene y le formulo la siguiente pregunta: “¿Alguna vez has usado el ordenador del trabajo y su conexión a internet para sacar y luego imprimir un billete de avión o de tren o en su defecto una reserva de hotel?”. El semblante se le cambió y afirmó que, como ya yo sabía, sí lo había hecho y no una vez, incontables veces, ya que llevaba 27 años trabajando en el mismo sitio.

No nos olvidemos entonces, que todos –en función de lo que a nuestro alcance tenemos- robamos al estado, al ayuntamiento, a la junta o al empresario. ¿Por qué ocurre esto? Quizás porque no somos conscientes que lo público es de todos, no de nadie como la mayoría afirma. Trata los bienes ajenos con tanto respeto como quieres que traten los tuyos y quizás, en un futuro –espero no muy lejano-, la situación cambie y el uso de los recursos sea 100% racional.

Y entonces… ¿sigue usted afirmando que nunca ha robado nada de nada de nada?

Sobre el autor

- Les pido permiso para entrar en sus hogares y compartir mis inquietudes, mis anhelos, mis vivencias, mis ideas y hasta mi soberbia. Discutamos sanamente, que el mundo es de quienes toman las ideas y les dan la vuelta.

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