Publicado el: Mar, 1 Abr, 2014
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Ya casi es primavera en invernalia

tyrion_lannister_by_epicmanphilip-d562imxTengo que confesar una cosa: Me he dormido en las tres partes del Señor de los Anillos. Cuando alguien hace un chiste sobre Frodo o Gandalf no puedo reírme porque no lo entiendo. No creo que sea culpa de Peter Jackson, al que considero bastante talentoso. Lo que pasa es que la narrativa de J. R. R. Tolkien me aburre soberanamente. Me desespera ese simbolismo maniqueo de católico británico excombatiente que se refugia en la fantasía porque no es capaz de enfrentar sus traumas (¡uf, qué a gusto me he quedado!). Tal vez por eso me di rápidamente por vencido la primera vez que puse Juego de Tronos y empezaron a salir unos zombis de la Edad Media merodeando por el castillo de Herodes de un belenista adicto a la nieve.

Pasaron los meses y mis amigos con criterio insistían en que le diera una segunda oportunidad. Así que un verano que me rompí una pierna y me tuve que quedar en casa casi un mes con la pata por alto, decidí hacerle caso a mi O-Sensei particular. La fascinación no tardó en llegar. Como a todos me ganó Tyrion Lannister, putero y caballero, capaz de gobernar en la sombra y seguir conservando un corazón dentro de ese cuerpo de cactus-bonsai, por no hablar de la princesa oxigenada, heredera de Liz Taylor, que con sólo decir “ven” te convierte en maraca de Machín. No es que la prosa de George R. R. Martin, me parezca menos coñazo que Tolkien, pero sí reconozco que es un gran argumentista y que hay pocos como él ahora mismo en la industria americana. Se nota tanto el talento como el oficio que aprendió durante tantos años en televisión.

Por eso todas las tramas shakesperianas de intrigas funcionan tan bien. Pero sobre todo, lo que más me gusta de la serie es ver la pasta al servicio de las buenas ideas. En los tiempos de pobreza audiovisual que vivimos, en los que la gran parte de la parrilla consiste en un plató con invitados y colores chillones, pues se me saltan las lágrimas al ver un plano secuencia valorado en veinte mil euros que además está justificado dramáticamente.

No soy fanático de la serie. He intentado leer los libros, pero no he podido con ellos. Jamás me compraría una camiseta, ni mucho menos el juego de tablero, pero ya es primavera y mi mente no para de salivar.

Javier Baron

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