No sabemos si habrá que agacharse o no porque el tiempo de momento no da la oportunidad de seguir el famoso chascarrillo. Pero no preocuparse, el verano llegará.

Pero no llegará con la alegría de décadas pasadas. Una época en la que la isla fue referente de la noche de la Bahía. Los 80, grandiosa década, en la que todos vivimos en libertad y descubrimos, con gran alegría, que la calle era nuestra, no de Fraga.

Unos años en que, aún barbilampiños, nos asomábamos con curiosidad a las inescrutables  cortinas de la sala “Don Pepe” o al “Picabú”.

El rito iniciático en “Los Caracoles” donde con “chorizitos a la llama” y el moscatel de Pepín se escuchaba a Camarón junto con Barón Rojo, en su vieja máquina de Discos.

En esos años nos graduamos en madurez con la primera cerveza en La Gran Vía, verdadero lugar de encuentro y cita primera de los preludios de las noches de verano. Era tal el poder de convocatoria que tenía el local de D. José M. Díaz Bedoya, que incluso cuando la Gran Vía cerraba por vacaciones en mayo, la gente quedaba en su puerta para reunirse y decidir a donde se iba. Esas noches de recogidas del Carrillo de Tomás, de Chano echando a la gente y de Antonio pidiendo “billetaje”. La marea humana que allí se congregaba era el pistoletazo de salida de la Noche Cañailla.

Noche que los más rockeros empezábamos en el recordado Sureño con continuos saltos a “Casa Paco” enfrente. Donde se alternaba a Loquillo o los Rebeldes, con charlas de Semana Santa o Carnaval en la puerta. Grandes llenazos se producían en la calle Dolores que se esparcían a Santiago donde la gente más “oscura” iba al “Laberinto” y los que sobraban de “Casa Paco” al “Canfrán”.

Otra ruta que partía de la Gran Vía era la que continuaba hacia el “Crispín” y continuaban en dirección a la mítica discoteca “Elite” que incluso tenía dos pases cerrándose el primero con el consabido y ligoteador baile lento. Momento que se aprovecahaba para volver al Críspín.

Los más “maduritos” de la época seguían viendo desfilar a la Isla en el Bar Avenida para continuar hacía el “Napoléon” con su ambiente “selecto” y grandes “irlandeses”.

Más tarde abrieron lugares míticos como “El Morgan”, “La Carbonería” o el “Sotavento y esto sólo era en la parte de abajo de la Calle Real. Por arriba estaban el “Cal” el jazzístico “Amaranta” o el Murdock. Amén de las discotecas como “Moby Dick” de la que salió en famoso Juan Chumilla que ganó la “Juventud Baila” y “Fradejas” le regaló una “Bultaco.

Locales como “Papillón” o el lejano -para nosotros- “Estudio 2”, se completaba con el bien atendido y tertuliano “Pariché de Crístobal. Una Isla que dio dos fenómenos, el rarísimo “Carioca” al que nunca iba nadie y que ni Iker Jiménez supo dar claridad al asunto y la creación de un grupo a nivel nacional que fueron “Los Invitados”. Esa era la Isla con cientos de personas trabajando en la noche y miles disfrutando.

Pero primero llegó Bahía Sur y oscuros intereses políticos fueron minando la moral de los locales abiertos en el centro, medidas dirigidas a cerrar todos los negocios nocturnos. Y, segundo la falta de tráfico con el nefasto Tren-tranvía que ni el maquinista sabe si va a circular alguna vez.

Recuperar esa Isla, que era fuente de ingresos, se antoja difícil, aunque ahora se están abriendo negocios y recuperando algo de ambiente, el daño producido me parece que no arregla en treinta años. Pero todo eso es porque Loiza de joven nunca se tomó un “gulipepe”...