Publicado el: Lun, 8 Oct, 2012
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Las baterías defensivas de la antigua Isla de León

Batería de Urrutia en la Punta del Boquerón.

Términos como liberalismo y constitucionalismo, sin los que hoy sería difícil comprender nuestra sociedad democrática actual, tuvieron su germen en unos momentos en los que el Estado y la Nación española se encontraron en serio peligro y se vieron amenazados por el avance del ejército napoleónico. Precisamente, en la firme defensa de esos valores, la Isla de León y la Ciudad de Cádiz desempeñaron un papel crucial, del cual, como se conmemora desde 2010 hasta el presente año, salió ampliamente airoso, gracias a la unificación de fuerzas y empeño en favor de la salvaguarda de la unidad nacional. Se ha escrito mucho acerca de la importancia que alcanzaron tal o cual actuación, personaje o fortificación en la Guerra de la Independencia Española, pero en contadas ocasiones la pluma del análisis de la Historia se ha detenido en apreciar un elemento substancial para el éxito hispano en aquélla y, cómo no, para el desarrollo histórico isleño: las baterías defensivas de San Fernando, repartidas a lo largo de su término territorial.

La Isla de León ha sido un importante enclave estratégico como punto de unión entre Cádiz y el resto del continente. Rodeada de caños, esteros y salinas, la ciudad se encontraba dotada de un sistema defensivo natural que protegía sus fronteras. No obstante, en determinados momentos de las edades Media, Moderna y Contemporánea fue necesaria la defensa de la ciudad ―y de Cádiz por extensión― a través del levantamiento de distintos elementos de fortificación, que dieran mayor seguridad a la zona frente al ataque del posible enemigo. El propio Castillo de San Romualdo o la construcción de Torrealta son simples ejemplos correspondientes a los dos primeros períodos respectivamente.

Avanzando en el objeto de nuestro estudio, es necesario indicar que las baterías que defendieron a la ciudad en los años de la guerra napoleónica pudieron tener su antecedente en los baluartes que se erigieron en Cádiz a raíz del asalto angloholandés sufrido en 1596, cuya fábrica fue encomendada al ingeniero militar Cristóbal de Rojas, y que no sabemos hasta qué punto se extendieron hacia la Isla de León. En todo caso, se conoce que ante la inminente llegada de las tropas francesas una serie de baterías defensivas ya se encontraban edificadas por la zona, puesto que existe constancia cierta de que, para contrarrestar la ofensiva, se remozaron y vigorizaron algunas de ellas ―quizás la de la Ardila, obrada en 1804― y otras se construyeron ex novo.

No todo fueron facilidades al principio, ya que el Ayuntamiento de la Isla puso algunos inconvenientes a la hora de sufragar desde sus arcas la construcción de las nuevas defensas. Por su parte, a fines de 1808 la Junta Superior de Gobierno se preocupó por encontrar fondos con los que acometerla y, gracias a su obtención, fue posible una primera ejecución de dichas obras. Sin embargo, la actuación del Duque de Alburquerque, haciendo ver la necesidad de fortificar la ciudad, impulsó de forma definitiva la construcción de las defensas. Se levantó entonces una serie de baterías a lo largo del caño Sancti-Petri, desde la punta del Boquerón hasta el Cerro de los Mártires. También se hizo lo propio en los alrededores del puente Zuazo, así como en las inmediaciones del Arsenal de la Carraca, como quiera que de esta forma se defendiera el gran potencial naval que la Isla de León albergaba.

Enumerar todas y cada una de estas baterías puede convertirse en una tarea harto complicada, debido a que algunas de ellas se hayan literalmente desaparecidas, bien por haberse destruido con el paso del tiempo, bien por encontrarse bajo dunas de arena, bien por el siempre presente e ineludible factor antrópico. A pesar de ello, podemos escribir unas pinceladas de aquellas que resultaron más decisivas e influyentes durante la invasión gala.

Entre ellas destaca la batería de Urrutia que, dispuesta a doble altura y con un almenado para doce puestos de artillería en la superior, defendía la desembocadura del caño Sancti-Petri. Por su enclave estratégico fue una de las más fuertes que se construyeron y la que mayor importancia tuvo en acontecimientos históricos posteriores, como lo fue durante el sitio de Cádiz de 1823, que acabó con el Trienio Liberal.

Protegiendo y controlando igualmente el caño Sancti-Petri cerca de su desembocadura, nos encontramos con la batería de San Genís, de gran altura, preparada para treinta y cinco piezas de calibre grueso y dotada de dos bóvedas para el almacenamiento de pólvora. Actualmente cubierta por una de las dunas de la Punta del Boquerón, durante la Guerra de la Independencia jugó un papel crucial abriendo fuego directo hacia el ataque enemigo.

Indudablemente, otro de los puntos del territorio isleño que más necesidad de protección precisaba era la entrada a la ciudad por el puente Zuazo. La salvaguarda se hizo posible a través de un elaborado sistema defensivo anexo al puente, que durante el sitio napoleónico de 1810 a 1812 tomó mayor protagonismo al desempeñarse entre sus muros los combates más importantes que impidieron la entrada de los franceses. Rodeaban sus inmediaciones las fortificaciones de la Concepción, de San Pedro, de San Pablo, de Santiago, de San Ignacio, del Ángulo y de Alburquerque, así como la batería del Caballero Zuazo que, constantemente, vigilaban la entrada a la Isla de León y protegían la zona de posibles ataques procedentes de las embarcaciones que surcaban el caño Sancti-Petri.

La recuperación patrimonial de este legado histórico, presente con desigual estado de conservación en la costa isleña, bien merece el cumplimiento del Plan Almenasur, que tal como reflejó este medio días atrás, no se ha cumplido en cuanto a la rehabilitación prioritaria de las baterías de Urrutia y San Genís, en la Punta del Boquerón.

Lorena Prián

Licenciada en Historia y máster en Estudios Hispánicos.

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