Publicado el: Dom, 9 Ago, 2020
Opinión

Un domingo cualquiera

Los ventiladores ronronean mientras los grillos y mis vecinas aprovechan para refrescarse en la plaza. En la televisión los capítulos de la serie que escogí se suceden sin apenas hacerles caso. Estoy escribiendo, intentando que mis musas se sienten a mi lado por esta vez.

He retirado a destiempo las hojas del calendario, y he guardado un puñado de días que se hicieron en una cadena de montaje que incluía llevar el pijama todo el tiempo en casa. No guarde tampoco a su hora la ropa de temporada porque abril pasó vergonzoso sin apenas pararse a saludar.

Hace años que no guardaba cola delante de un señor de seguridad para entrar a algún local, la diferencia es que ya no lo hago con música de fondo ni rodeada de mis amigas rezando porque no me dolieran demasiado los tacones esa noche. Han pasado veinte años y la discoteca cambió por un supermercado, y desde que cambié la sonrisa por una mascarilla, ni lo pájaros ni yo, seguimos siendo los mismos. Sin darme cuenta el ruido de los coches se tornó por aplausos al atardecer, y se hizo el silencio. Se bajaron los telones temblando y los colegios se quedaron mudos. La puerta se cerró y la calle se quedó desierta. Siempre era fin de semana si miraba por la ventana, siempre parecía un domingo cualquiera.

Mayo tropezó sin querer mientras caminaba nervioso con los cordones desatados por la prisa y floreció sin avisar.

Lloré, sufrí por no poder abrazar a los míos incluso perdí la noción del tiempo. No cociné pan y nadie me avisó que debía congelar abrazos por decenas, pero aprendí a guardar respeto a un gigante intruso que aún sigue entre nosotros, para que su furia no hiciera sonar de nuevo las sirenas, y preocuparme por todos los míos en esos instantes de incertidumbre.
Julio se sigue despertando sobresaltado de noche y aunque junio le dejó encendida la luz del pasillo antes de marcharse, sigue sin atreverse a sacar los pies de la sábana. Dice que no es bueno olvidar tan pronto, y yo le doy la razón.

Ha sido un ramo inesperado de domingos repetidos, de día del libro aplazado, de feria sin carrusel, y de salina dormida. De espaldas parece que nada ha cambiado, pero de frente ninguno sonreímos igual.

A agosto le aprietan los zapatos de charol y se queja despeinado y revoltoso con la fuerza que tiene su sol de justicia ( ni siquiera los jazmines se atreven este año a replicarle) empujando a Septiembre que está tranquilo y bronceado para que no llegue a tiempo a merendar queso con membrillo, porque ha dicho que no es bueno olvidar tan pronto, y yo he vuelto a darle a esa frase la razón.

Sobre el autor

- Escribiente de profesión, escritora por devoción.

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