Publicado el: Dom, 24 Abr, 2016
Opinión

La Chispa del triunfo

estatua_camaronHacías varios años que nuestro José, nuestro Camarón,  con 41 años y pocos meses, nos dejaba en la más absoluta de las míserias musicales que se recuerda y el fenómeno post-Camarón, la mitificación de su persona y de su imagen, comenzaba a proliferar por la geografía española y por parte del mundo. Los lugares relacionados con él eran visitados por miles de seguidores que atraídos por una pasión exacerbada, intentan conocer detalles de su vida… ¿Cómo era?, ¿Qué comía?, ¿Qué sentía?

Recuerdo un suceso, allá por el principio del siglo, del milenio. Año olímpico y paraolímpico, aquel año 2000. Un verano de muchas visitas, donde la economía era normal y donde a nadie nos preocupaba las hipotecas, la prima de riesgo, ni el Tío con bigote. El tranvía no era ni siquiera proyecto y con altibajos, los negocios funcionaban bien.

Por aquella época y llamados por un ímpetu extremo, la estatua de Camarón había sufrido diferentes deterioros,  bien por el pillaje propio de los jóvenes o quizás por los seguidores más radicales del astro cañailla. Además el niño, que forma parte del grupo escultórico, había sido “atacado” vilmente por radicales flamencos y consiguieron una estampa un poco dantesca, más propia de la Venus de Milo, que de una pequeña estatua de un niño.

Era habitual por aquellos años la visita de lugares relacionados con Camarón y debido a su cercanía, los mitómanos iban a la Venta de Vargas y después a su estatua, o viceversa. Después visitaban La Fragua, la Peña, el cementerio y su casa en el barrio de las Callejuelas.

Por aquella época llegó un grupo de jóvenes de diferentes procedencias. Su nexo de unión era el C.R.M.F. (Centro de Recuperación de Minusválidos Físicos) de San Fernando y estaban preparándose para asistir a la paraolimpiada de Sidney 2000. Entre ellos destacaba un chaval rubio de algo menos de 1,80 m., bastante vigoroso y con los dos brazos amputados a la altura del codo. Visitaron la Venta y disfrutaron de sus recuerdos. Vieron el patio y el cuartito que está dedicado a Camarón. Fue una tarde bastante emotiva y que agradecieron abiertamente antes de marcharse. Vino un vehículo a recoger al grupo y llevarlos de vuelta al Centro, pero el chaval rubio, no quería marcharse sin visitar su estatua, así que pidió al chofer que lo esperara por unos minutos.

Tardó en llegar y cuando lo hizo venía llorando como “la Magdalena”. Era quizás una coincidencia, de esas que se dan de vez en cuando, pero cuando el chico visitó el grupo escultórico de Camarón, que está compuesto por el cantaor y un niño pequeño mirándolo, pudo verse reflejado en él mismo. Al niño de bronce, a la estatua, le habían cortado sus brazos y estuvo mucho tiempo así. ¿Quién los cortó? y ¿Por qué los cortó? Nadie lo supo nunca, el caso es que el chico rubio se encontró ante si mismo, a los pies de su mito, de Camarón. Por eso vino llorando, por eso su impresión al verse reflejado en la estatua.

Pronto lo consolamos, nos abrazó y se montó en el vehículo que lo llevaría al Centro y posteriormente a las paraolimpiadas. Al cabo de varios meses volvió y de que forma. Comentaba que su visita a La Isla y particularmente a la estatua de Camarón, había sido determinante en su participación en el campeonato deportivo. En todas las pruebas donde participó, consiguió la medalla de oro. La verdad es que nuestro José había ejercido de talismán con el buen deportista.

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