Publicado el: Mié, 20 Abr, 2016
Opinión

El comercio en el antiguo muelle del Zaporito

El Zaporito en 1948. Fotografía de Carlos Valverde.

El Zaporito en 1948. Fotografía de Carlos Valverde.

La Isla de León -o San Fernando, desde que en 1813 obtuviera el título de Ciudad- está situada en la Bahía de Cádiz, rodeada de esteros y salinas, entre caños mareales de agua salada.

El caño de Sancti Petri la bordea por el lado Este y la separa de Puerto Real, al Noroeste, y de Chiclana, al Suroeste. Este caño traza su curso de Norte a Sur y desde la Bahía de Cádiz, atravesando una gran maraña de caños menores y esteros, entra por el Arsenal de la Carraca y llega hasta el islote de su mismo nombre. Pasa por el Puente Zuazo y alimenta con su agua al caño del Zaporito que se adentra hacia San Fernando a la altura de la plaza Manuel de la Puente, donde en los siglos XVIII y XIX su caudal mareal hacía funcionar el molino allí situado. Desarrolla una gran curva cuyos puntos de inicio y final están unidos por el caño del Carrascón, que tiene un curso sinuoso y paralelo a la ciudad. Al llegar a la Isla del Vicario se divide en dos para formar el caño de Zurraque, que corre hacia el interior de las marismas. Pasa por el puerto de Gallineras al Sur y se adentra en mar abierto entre el Islote de Sancti Petri y la playa de la Barrosa en Chiclana.

Desde los tiempos más lejanos, el caño de Sancti Petri sirvió de vía de comunicación entre San Fernando y Chiclana. Por por él circulaban mercancías que abastecían a las poblaciones de la zona transportadas en embarcaciones de poco calado, apropiadas para las aguas poco profundas de los caños, ya que, hasta la aparición del motor, el transporte por agua resultaba más barato.

Un ramal de este caño, es el del Zaporito, que debe su nombre a Juan Domingo Saporito, rico genovés, afincado en Cádiz, quien lo construyó en 1711 para hacer llegar las barcos que transitaban por el caño de Sancti Petri hasta el embarcadero de su propiedad, y aprovechar así la oportunidad de negocio que su situación estratégica le proporcionaba para rentabilizarla económicamente.

El barrio que más tarde se formó gracia a toda esta actividad, se encontró con la herencia de unas infraestructuras muy adecuadas para el desarrollo comercial relacionado con el mar. El propio caño del Zaporito, el muelle, el embarcadero, y el molino de mareas daban a esta parte de la ciudad el título de Puerto del Zaporito, situado en una zona mucho más céntrica e interior que el de Gallineras.

La situación de este puerto era ideal para que los barcos descargaran sus mercancías en un punto intermedio en el recorrido del caño de Sancti Petri, muy próximo al centro urbano, ya que las calles San Cristóbal, Santiago, Dolores, y Tomás del Valle -de trazado paralelo en sentido descendente- lo comunicaban con la Calle Real a la altura de lo que hoy conocemos como la Plaza del Rey, punto equidistante entre el Castillo de San Romualdo y el Carmen, y centro neurálgico de la ciudad donde se encontraba el Ayuntamiento, todavía en construcción desde la segunda mitad del S. XVIII y en cuyas postrimerías más tarde se pensó instalar un mercado de abastecimiento para la Isla.

Gracias a una descripción pormenorizada de la hacienda de Juan Domingo Saporito conservada en el documento de venta de la finca a Joseph Micón en el año 1717, sabemos que ya contaba entonces con embarcadero y muelle. Más tarde los terrenos e instalaciones del Zaporito pasaron por herencia a los Marqueses de Ureña y, con anterioridad a 1789, a Gaspar Molina y Zaldivar, III Marqués de Ureña, se le autorizó a instalar una estructura provisional, bien por deterioro del antiguo muelle o bien para ampliarlo. Al poco tiempo su hijo, Manuel Molina y Tirri, IV Marqués de Ureña, en 1819, construyó un muelle de nueva factura como consta en la placa de mármol que se conserva en el Museo de San Fernando. Las obras de este nuevo muelle se realizaron según el proyecto que en 1816 diseñó el Alférez de Fragata D. José Antonio Laveaga.

Parte del muelle y lo que antaño fuera carpintería. Archivo Quijano.

Parte del muelle y lo que antaño fuera carpintería. Archivo Quijano.

No cabe duda de que con el paso del tiempo fueran necesarias más obras de mantenimiento o remodelación en el Muelle del Zaporito, como las que llevaron a cabo entre finales del S. XIX y la primera mitad del XX la familia Martínez. En efecto, Miguel Martínez Ramos compró los terrenos del Zaporito en 1896 a Doña María Joaquina Lasso de la Vega para desarrollar la industria artesanal de la carpintería de ribera con la que, más tarde, su hijo Manuel Martínez Caballero conseguiría grandes éxitos. Esta industria artesanal, que se remonta a los tiempos más lejanos, tenía como objetivo en La Isla construir botes pesqueros, faluchos y candrayes, que, como se ha dicho, eran muy idóneos para navegar por las aguas poco profundas de los caños, dado su poco calado, y para transportar las mercancías con las que sus propietarios o arrendatarios comerciaban.

Buena parte de estos barcos se construyeron o repararon durante la última década del S. XIX y primera mitad del XX en los astilleros de la familia Martínez situados en el barrio del Zaporito.

Las embarcaciones servían para transportar toda clase de pescado procedente del muelle de Gallineras: lenguados, langostinos, brótolas, sargos, lisas, robalos, doradas, pámpanos, anguilas, anchoas, salmonetes, rubios, dentones, sapos, corvinas, meros, besugos, mojarras, brecas, pargos, acedías, borriquetes, pejerreyes, pescadilla, tapaculos, chocos, calamares, atunes, sardinas, ostiones, morralla, almejas, lachas y un larguísimo etc.

También llegaban a este puerto las frutas, verduras y hortalizas procedentes de las huertas de Chiclana o La Isla, o el trigo y los garbanzos para ser molidos en el Molino. De vuelta, los barcos cargaban la sal o la arena.

Sabemos que, al menos desde finales del S. XVIII, el pescado era tasado bajo los aranceles establecidos que debían observar pescadores y minoristas autorizados para la venta. Inmediatamente después se producían las escenas de vendedores y compradores con los típicos regateos en todo su auge. Salvador Clavijo recoge un informe de los alguaciles de abasto de 24 de julio de 1802, del que se desprende que los minoristas debían tener permiso de venta y estar debidamente matriculados, y que en una inspección en la que se personaron los mencionados alguaciles vieron a los minoristas, dispuestos delante de los portales situados junto a las casas de los vecinos en frente del muelle, con el pescado en cestas y un entarimado instalado para su despiece. Además a este lugar acudían revendedores que servían a Cádiz el pescado de La Isla, que gozaba de gran fama. Todo este ajetreo nos da una idea del movimiento de público que originaba la compraventa de pescado tanto por particulares como por minoristas en el Zaporito. Por otra parte, hasta aquí llegaban carros para transportar las mercancías a otros puntos de la ciudad o -a partir de 1876- el ferrocarril para hacerlas llegar a Sevilla. Con el S. XX y la llegada del automóvil, los camiones se encargaban de estas tareas.

Otro tipo de actividad que se desarrollaba en el Zaporito era el marisqueo. Bocas, cañaillas, camarones y cangrejos eran recogidos para luego ser dispuestos en la típica cesta plana que los mariscadores, de gorra y delantal blancos, llevaban colgada del brazo. Pregonando por las esquinas de las callejuelas, intentaban ganarse el sustento con su venta en pequeños cucuruchos de papel de estraza.

El abastecimiento de productos alimenticios en La Isla se encontraba repartido en diferentes lugares: había puestos de fruta y verdura en la Plaza de las Tres Cruces, las carnicerías estaban en la Plaza Mayor, en la zona donde luego se construyó la casa de Zimbrelo, hoy desaparecida, y la venta del pescado se hacía en el Zaporito. Desde principios del S. XIX, el Ayuntamiento tenía la intención de unificar la zona destinada a mercado en la postrimería de las casas consistoriales para una mayor comodidad del público y por motivos de higiene, pero los pescaderos se quejaban de que este lugar era un paraje despoblado y no ofrecía ocasión de venta, y que a muchos se les había podrido el pescado. Así, mientras otros servicios de alimentación quedaron situados en el nuevo emplazamiento, la pescadería se mantuvo por más tiempo en el Zaporito.

Con la Guerra de la Independencia era completamente necesario disponer de máxima libertad en el cauce de Sancti Petri para fines militares y no resultaban nada convenientes las aglomeraciones de gente que se agolpaban en la zona cuando se descargaban la fruta, la verdura o el pescado que llegaba por mar, sobre todo en época de guerra, que era cuando estos producto escaseaban más.

De todas formas, durante varios años hubo una resistencia pasiva por parte de los minoristas a trasladar sus puestos de venta y, en 1825, la pescadería continuaba en el Zaporito. La unificación de todo el mercado de abastos no se consiguió hasta 1869 y no sería totalmente definitivo hasta que no se realizó el proyecto de construcción de un edificio de nueva planta ya en pleno S. XX del que hoy en día se conserva la portada.

En la actualidad, el puerto del Zaporito que era antaño el centro de la vida del barrio del mismo nombre, ha perdido la importancia comercial y estratégica que lo caracterizaba, de la misma manera que las calles colindantes han perdido las edificaciones modestas de casas de barqueros, salineros, pescadores, minoristas… o las viviendas de estilo barroco popular de los propietarios más adinerados. Tanto unas como otras han sido sustituidas por modernos bloques de pisos. Ya no se divisan las velas triangulares de los candrayes acercándose al puerto, ya no se ven varados en el dique de carena, ni atracados para ser descargados o esperando la marea para zarpar y recoger nueva carga. Hoy el Zaporito es un barrio en el que predomina el edificio del molino de mareas, reconstruido para su uso educativo y cultural y dispuesto para quienes quieran visitarlo y rememorar su historia.

Quizás un futuro más prometedor ofrezca a este barrio nuevas posibilidades como el dragado del caño, la recuperación del dique o la instalación de un centro de interpretación de la carpintería de ribera en el edificio de la antigua carpintería Martínez, para que el patrimonio que hemos heredado de quienes supieron sacarle rendimiento sirva para uso y disfrute de todos y de cara al desarrollo económico de La Isla.

María Elena Martínez Rodríguez de Lema

Sobre el autor

- Patrimonio La Isla es la mejor manera de acercarse al tesoro artístico y cultural del pueblo isleño gracias al entusiasmo de un equipo multidisciplinar particularmente comprometido con la investigación, la difusión y la concienciación ciudadana en torno al mismo.

Mostrando 6 comentarios
  1. azulino de la isla dice:

    Historias de nuestra Isla, que ya no volverán, que bonito recordarlas para aquellos que amamos a nuestra tierra.

  2. Emilia de la Cruz Guerrero dice:

    El artículo describe perfectamente la actividad del lugar así como su descripción. Enhorabuena y gracias por permitirnos conocer mejor nuestra querida Isla. Un reconocimiento para los investigadores que nos acercan a conocer nuestro pasado.

  3. Jose maria dice:

    Yo recuerdo con siete u ocho años, como el difunto Baldomero último propietario del dique, a los chiquillos del barrio nos llamaba algunas veces para girar el cabestrante y a subir las embarcaciones para su reparación, y luego el bueno de Baldomero nos daba alguna perra gorda. Baldomero era una persona fuerte, con el pelo peinado hacia atrás y unas cejas tan grandes que se solía decir, anda que tiene las cejas como Baldomero. El del dique, era muy buena persona y toda su familia.....

  4. José María Vieytes Beira dice:

    Hasta hoy no he podido acceder a esta página para decirle:

    A María Teresa, que la sigo desde su primer libro sobre el 'Zaporito' tema que especialmente conoce y evidentemente le apasiona, mostrando todo su amor por él, por su entorno y por nuestra isla. Enhorabuena.

    A Emilia de la Cruz Guerrero, felicitarla por su interés en conocer, las curiosidades de nuestro rico patrimonio.

    A Azulino por amar tanto a nuestra tierra.

    Y a José María por sus sentidas, nostálgicas y emocionadas palabras sobre el dique, pero sobre todo por el comportamiento de las vivencias de aquellas 'buenas gentes'.

  5. salvador corrales chiqueri dice:

    En la primera foto tengo mis dudas, se ven bloques y no recuerdo en el año 1948 haber visto ninguno, me lo podrían aclarar, gracias.

  6. Andrés Cortés Castro dice:

    Yo llegue a ese barrio procedente de la Carraca, en el año 1958 y tampoco recuerdo haber visto bloques, de hecho no los había. Desde la calle Tomas del Valle hasta la plaza de toros, todas las casas eran bajas, de bloques nada.
    Recuerdo el dique de Baldomero y también detrás de el, había unas pocilgas (cochineras) y por las tarde cuando esdábamos libres nos gustaba ir para ver los cerditos chicos como mamaban.
    Recuerdo las descargas de arena de los barcos areneros junto a la escalerilla del muelle.
    Ha llovido mucho desde entonces, pero los recuerdo perduran.

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