El estómago del postre
Hace tiempo que la idea de escribir de este pequeño concepto que ideé me ronda la cabeza. Forma parte de aquello de llamamos herramientas de auxilio para afrontar los problemas diarios o los quebraderos de cabeza que necesitan la solución fría y tranquila de nuestro cerebro, que cada uno de nosotros aplica de manera particular a los suyos.
En mi pequeño botiquín para casos de esta índole, aparte de música, sol, escapadas, risas y todo lo que me hace bien (incluso acordarme de los que ya no están presentes que se fueron demasiado pronto y que me siguen cuidando donde estén) he metido un poco de una pequeña pero útil al menos para mí, mi filosofía propia, la que me ayuda a salir a flote cuando lo he necesitado sin olvidar jamás esa pizca de humor que me caracteriza. En este caso voy a hablar de mi “estómago del postre “.
Creo que casi todos más de una vez cuando hemos llegado al que creíamos el final de un almuerzo o de una cena con el cinturón apretado, convencidos que ni agua nos iba a pasar por la garganta, hemos caído en la cuenta de que había postre, hemos dicho uff un poco dubitativos ya que declinar esa delicada y maravillosa fantasía de chocolate iba a quedar feo, aunque tendríamos que haber dejado de comer un buen rato antes, pero la señora gula estaba sentada a la mesa con nosotros, mientras esa pequeña gota de sudor se nos ha deslizado por la frente y al tirarnos de la lengua ella misma ha hablado por nuestras bocas diciendo si, un poco más para probarlo, por favor, pero muy poquito. (Maldita gula, verás luego) No sabes ni donde lo vas a meter pero sabes que te cabe, ni Iker Jiménez tampoco, pero él lo tiene seguro también. Y pediste dos cucharitas pequeñas para compartir, pero luego repetiste plato sólo para ti alabando al chef. Y aquí tan panchos, sin explotar y felices. Que pechá de comer, comentas de regreso a casa paseando para bajarlo todo.
Ese pequeño búnker secreto, donde se almacenan fuerzas, energías, dopamina, calorías y recuerdos de haber disfrutado de algo que nos ha gustado y de lo que hemos disfrutado extasiados, tiene otra utilidad y aquí es cuando viene lo bueno.
Cuando sacas fuerzas de algún lugar recóndito de tu cuerpo para poder seguir sobreviviendo, luchando sin poder para seguir levantándote cada día de la cama y no le encuentras explicación lógica porque la fe y la esperanza no están en tu vocabulario, porque llevas demasiado tiempo viviendo en modo avión y al borde del abismo. Lloras, te secas, te lavas la cara y continúas como si no hubiera pasado nada, pero llevas el peso de todo. Duele el cuerpo, Duele la vida.
Cuando has estado a punto de rendirte tantas veces y has conseguido avanzar un par de pasos más y concluir el día, la semana, el mes. Porque si te paras y piensas, a veces los problemas son tan grandes y tan imposibles que nos derrotan en cada intento, pero te vuelves a enderezar, y continúas respirando. Esa fuerza que estaba tan escondida pero tan dentro de ti, ya sabes de donde procede, del desconocido estómago del postre.
Solo espero, que nunca nos falten ganas ni de seguir llenándolo para cuando lo necesitemos de energía, de amor y de todo lo bueno que podamos, y que si algún día buscas explicación a ese pequeño rayo de luz que se asoma entre tinieblas, sepas que eres tú, que alumbras desde dentro.