Love me, Tinder
Imagínate por un segundo al Rey Carlos II sentado de mala manera en su trono, con la pierna apoyada sobre el reposa brazos, columpiándola lentamente. Al mismo tiempo mastica chocolate y va haciendo con la muñeca izquierda un movimiento lánguido y lleno de aburrimiento, descartando uno a uno los retratos que le muestran en fila de las jóvenes casaderas de la realeza europea, cada una de ellas con su mejor perfil en su mejor lienzo, preparados precisamente para tal fin y abandonar la mal vista soltería, contraer alianzas entre países y sobre todo, engendrar un heredero.
No hemos cambiado tanto si lo piensas, ahora ese tipo de selección en vez de por cuadros de princesas inmortalizadas, por el mejor maestro del pincel que pudieran conocer ( siempre a sus órdenes para plasmarlas exquisitas) nos encontramos autofotos con orejas de gatitos, labios imposibles y una parafernalia extrema digna de una estrella musical, para poder obtener tanto seguidores en redes sociales como algo parecido a novio en alguna aplicación, en la que si no sales como la modelo de la revista Elle eres descartada con un sólo dedo. Aquí, no importa nada más. Solo la imagen. Aunque en la vida real estéis sentados uno al lado del otro en el mismo vagón del tren de cercanías cada mañana a la misma hora y no os reconozcáis.
Triste, pero cierto.
Imagíname a mí ahora por un instante, rodeada de mis libros, mis pinceles y mis rizos desordenados, tan rara que prefiero sentir el calor del abrazo de una voz, y que su risa me haga sentirme bien. De tazas de café para dos y de complicidad que crece poco a poco, de la mano de la confianza. A mí, y a todos como yo que el juego del descarte inmediato y de la recompensa relámpago, nos queda lejos.
Por cierto, Carlos II pese a casarse dos veces, falleció sin descendencia causando un grave problema en la línea sucesoria de la Corona española.
Yo solo espero que si tenemos la fortuna de amar y ser amados de verdad, nosotros también hagamos historia.