Publicado el: Sáb, 1 Nov, 2025
Opinión

Expediente: Las bases de San Pablo

Las bases de San Pablo - Richard Stine

Salir de nuestra tierra siempre supone un reto. Para el Grupo de Investigación Paranormal; AGIP; acostumbrado a movernos entre los rincones cargados de misterio de la provincia de Cádiz, cruzar la frontera hacia Sevilla fue una pequeña aventura en sí misma. Nuestro destino: las famosas Bases de San Pablo, como se las conoce popularmente, aunque su nombre real sea más solemne; la Antigua Base Militar Estadounidense de San Pablo.

Su historia es tan fascinante como lo son las leyendas que la envuelven. Durante las décadas de 1950 y 1960, en plena Guerra Fría, el gobierno estadounidense instaló en Sevilla una base militar estratégica, parte de un entramado de defensa que cubría buena parte del sur de Europa. Aquellas instalaciones fueron, durante años, símbolo de modernidad, presencia extranjera y, en cierta medida, de misterio.

Tras la retirada progresiva de las tropas norteamericanas y el cierre oficial de la base, los edificios quedaron abandonados a su suerte. Desde entonces, la naturaleza y el olvido hicieron su trabajo. Los grafitis cubrieron los muros, los cristales se quebraron, y la rumorología comenzó a crecer: sombras que se mueven solas, susurros en los pasillos, luces inexplicables y una presencia constante de “energías negativas”.

Las Bases de San Pablo se convirtieron, con los años, en un lugar de peregrinación para curiosos, fotógrafos urbanos y grupos como el nuestro, que buscan separar el mito de la realidad.

Aquella tarde, el sol comenzaba a caer cuando llegamos. La luz anaranjada del atardecer caía sobre los edificios desiertos, otorgando al lugar un aire cinematográfico, casi irreal. Lo primero que nos sorprendió fue la magnitud del complejo: siete grandes estructuras, cada una con su propia personalidad. Mientras el cielo se tornaba azul oscuro, hicimos la primera toma de contacto: recorriendo el perímetro, buscando posibles accesos, pero también detectando zonas peligrosas; boquetes, suelos inestables o techos que amenazaban con desplomarse. Antes de adentrarnos, la prudencia debía ir por delante de la curiosidad.

Ya entrada la noche, decidimos comenzar las pruebas con la PSB, nuestra radio de barrido de frecuencias. Los primeros intentos se realizaron en lo que parecía el edificio principal, un espacio que recordaba a un instituto norteamericano: largos pasillos, aulas vacías, y un aire de abandono que rozaba lo poético.

Cada vez que la PSB emitía un ruido, todos conteníamos la respiración. ¿Sería una voz, una interferencia… o nuestra propia imaginación jugando con el silencio?

Nos maravilló descubrir un teatro perfectamente reconocible, con su escenario todavía en pie, y más adelante, lo que parecía un antiguo hospital. Aquellos lugares respiraban historia, aunque también un cansancio antiguo, como si las paredes aún guardaran los ecos de una vida cotidiana que desapareció sin despedirse.

Entre prueba y prueba, la cámara se convirtió en nuestra aliada más fiel. Los grafitis; auténticas obras de arte urbano; captaron tanto nuestra atención como cualquier fenómeno paranormal. Al menos, eso sí, podíamos documentarlo.

Con la medianoche ya lejana y los bocadillos terminados, el cansancio empezó a hacer mella. Algunos compañeros decidieron retirarse, mientras otros; entre los que me incluía; optamos por quedarnos un poco más. Queríamos revisar si alguna de las grabadoras repartidas por el lugar había captado algo. Y fue entonces cuando la tensión del grupo comenzó a notarse.

Las horas pasaban lentas, el frío calaba los huesos y el silencio era casi insoportable. Nuestros compañeros más sensitivos empezaron a hablar de presencias, de “malas energías” que se movían entre las sombras, observándonos. Su nerviosismo se extendió poco a poco, como una corriente invisible que empezó a descomponer la calma.

Allí, en medio de la oscuridad, se abrió un pequeño debate: ¿debíamos seguir o marcharnos? Por un lado, estaban quienes defendían continuar, argumentando que justamente esas sensaciones podían ser indicio de una presencia real, un contacto inminente con lo inexplicable. Por otro, quienes apelaban a la lógica: el cansancio, el miedo y la sugestión podían estar jugando una mala pasada al grupo.

¿Dónde termina la prudencia y empieza el miedo? ¿Cuándo una investigación paranormal deja de ser científica para convertirse en un acto de fe? Esa noche lo comprendí con claridad: el límite no siempre lo marca el fenómeno, sino la mente humana.

Casi a las cuatro de la madrugada, decidimos recoger. El silencio era absoluto. Las linternas se apagaban una a una mientras caminábamos de vuelta al coche. Ninguna voz, ninguna sombra, ningún sonido extraño nos despidió. Vinimos con las expectativas altas, pero nos fuimos con las manos vacías.

Las grabadoras, las cámaras, incluso la PSB, no habían registrado nada concluyente. Solo el eco de nuestras propias pisadas y las risas nerviosas que intentaban disipar la decepción.

Aun así, no puedo decir que la noche fuera un fracaso. Aquella visita nos enseñó algo más valioso que una simple psicofonía: el verdadero misterio no siempre está fuera, sino dentro del ser humano. En cómo el miedo, la sugestión y la esperanza pueden transformar una noche cualquiera en una experiencia límite.

Hoy, al recordar aquella salida, sigo pensando que las Bases de San Pablo guardan algo especial. Quizás no fantasmas; o sí; pero sí una energía particular, nacida de su historia y su abandono. Lugares así son testigos del tiempo, y en ellos se mezclan la memoria y la imaginación.

Volveremos, sin duda. Porque investigar lo paranormal no es solo buscar pruebas, sino buscar sentido en lo desconocido. Y esa, quizás, sea la investigación más difícil de todas.

Sobre el autor

- Aficionado del mundo paranormal

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