Expediente: La noche de Camposoto
Hay noches que se quedan grabadas en la memoria, no por lo que descubrimos, sino por lo que dejamos de encontrar. Como investigador del misterio, he aprendido que no todas las salidas paranormales terminan con respuestas, pero algunas sí nos dejan preguntas más profundas. Esta es la historia de una de esas noches, vivida junto a mi grupo AGIP, en la zona de Camposoto, San Fernando. Una noche en la que, por raro que parezca, conseguimos reunirnos todos. Y eso, en sí mismo, ya era un pequeño milagro.
Nuestro primer destino fue una casa abandonada que se encuentra junto a una conocida heladería de la zona. Un lugar que, en otras épocas, había sido escenario de múltiples investigaciones y que guardaba una atmósfera cargada de misterio. Sin embargo, al llegar, nos encontramos con una sorpresa desagradable: la casa estaba completamente tapiada. Ya no se podía acceder. Aquello fue un jarro de agua fría para todos, especialmente para los que nunca habían estado allí y esperaban vivir una experiencia intensa.
La frustración se palpaba en el ambiente. Algunos del grupo intentaron buscar alguna rendija, alguna forma de entrar, pero era inútil. La casa había sido sellada con firmeza, como si alguien quisiera enterrar definitivamente sus secretos. Así que, tras unos minutos de deliberación, decidimos cambiar de rumbo.
La siguiente parada fue la antigua almadraba. Un lugar con historia, con ecos del pasado que parecen resonar entre sus ruinas. Allí comenzamos a desplegar nuestros equipos, especialmente la PSB; Spirit Box; uno de los dispositivos más utilizados en la investigación paranormal para captar presuntas voces del más allá.
La noche era perfecta para investigar: cielo despejado, temperatura agradable, y un silencio que envolvía el lugar como una manta invisible. Pero pronto, lo que parecía una investigación seria comenzó a transformarse en algo más parecido a una sesión de improvisación colectiva.
En el grupo había varias personas que se autodefinen como "sensitivas". Personas que afirman tener la capacidad de percibir presencias, emociones, o incluso mensajes del otro lado. No tengo nada en contra de estas capacidades, y de hecho, en muchas ocasiones he visto cómo pueden aportar matices interesantes a una investigación. Pero aquella noche, algo se desvió.
Mientras algunos intentábamos analizar las respuestas de la PSB con cautela, los sensitivos comenzaron a construir una narrativa. Según ellos, estaban captando una historia de asesinato y pasión. Cada palabra que salía del aparato era interpretada como parte de un drama oculto. "Ha dicho sangre", decía uno. "Yo he sentido que fue por celos", añadía otra. Y así, poco a poco, la investigación se convirtió en una especie de novela paranormal escrita en tiempo real.
Yo observaba en silencio. No quería interrumpir, pero tampoco podía evitar sentir que algo se estaba perdiendo. La objetividad, la metodología, el análisis… Todo quedaba relegado ante una avalancha de interpretaciones subjetivas. Era como si la PSB se hubiera convertido en un guion abierto, y cada sensitivo aportara su parte del relato.
Después de un rato, algunos de nosotros; los “no sensitivos"; comenzamos a aburrirnos. No porque no creyéramos en lo paranormal, sino porque lo que estaba ocurriendo ya no era una investigación. Era una dramatización. Así que propusimos cambiar de lugar. El Cerro de los Mártires nos parecía una opción más prometedora. Allí podríamos hacer pruebas más controladas, y quizás recuperar el enfoque científico que tanto valoramos.
El grupo aceptó, y nos dirigimos al cerro. Pero, para nuestra sorpresa, la dinámica volvió a repetirse. Nuevamente, los sensitivos tomaron el protagonismo. La PSB volvió a ser el centro de atención, y cada ruido, cada palabra, cada interferencia era interpretada como un mensaje del más allá. Algunos decían ver sombras, otras sentían presencias. Y aunque todo eso puede ser válido desde una perspectiva experiencial, lo cierto es que la investigación como tal se diluía entre percepciones personales.
Y aquí es donde quiero detenerme. Porque esta noche en Camposoto no fue solo una salida más. Fue una especie de revelación. Me di cuenta de que, en muchas ocasiones, la investigación paranormal se ve atrapada entre dos mundos: el científico y el intuitivo. Y aunque ambos pueden coexistir, hay momentos en los que uno eclipsa al otro.
La ciencia en la investigación paranormal no es fácil. No tenemos laboratorios, ni presupuestos millonarios, ni instrumentos infalibles. Pero sí tenemos algo fundamental: el método. La observación, la repetición, el análisis de datos, la búsqueda de patrones. Todo eso es lo que nos permite separar lo que podría ser real de lo que es simplemente sugestión.
Cuando confiamos ciegamente en lo que dicen los sensitivos, corremos el riesgo de convertir la investigación en una experiencia subjetiva. Y eso, aunque pueda ser emocionante, no nos acerca a la verdad. Nos aleja.
No es casualidad que muchas de las palabras que salen en una PSB sean interpretadas de forma distinta por cada persona. El cerebro humano tiene una capacidad increíble para encontrar sentido donde no lo hay. Es lo que se conoce como paraeidolia auditiva: escuchar palabras en ruidos aleatorios. Y cuando estamos en un entorno cargado de misterio, con expectativas altas, y rodeados de personas que creen firmemente en lo que están viviendo, esa capacidad se multiplica.
No estoy diciendo que todo lo que captan los sensitivos sea falso. Pero sí creo que, en una investigación seria, debemos poner filtros. Debemos contrastar, verificar, y sobre todo, mantener una actitud crítica. Porque si no lo hacemos, corremos el riesgo de construir castillos en el aire.
Esa noche en Camposoto me dejó una sensación agridulce. Por un lado, fue bonito ver al grupo reunido, compartir risas, teorías, y momentos únicos. Pero por otro, sentí que habíamos perdido el rumbo. Que la investigación se había convertido en una especie de performance, donde lo importante no era lo que descubríamos, sino lo que creíamos descubrir.
Y eso me lleva a una reflexión más profunda: ¿qué queremos realmente como investigadores del misterio? ¿Buscamos respuestas, o buscamos experiencias? ¿Queremos acercarnos a la verdad, o simplemente vivir emociones intensas?
Yo, personalmente, sigo creyendo en el enfoque científico. En la necesidad de mantener los pies en la tierra, incluso cuando exploramos lo invisible. Porque solo así podremos avanzar. Solo así podremos separar lo real de lo imaginado.
No estoy en contra de los sensitivos. De hecho, creo que pueden aportar perspectivas valiosas. Pero deben ser eso: perspectivas. No el eje central de la investigación. Debemos aprender a integrar sus aportes sin dejar que dominen el proceso. Porque cuando todo gira en torno a lo que alguien "siente", dejamos de investigar y empezamos a creer. Y la creencia, aunque poderosa, no es prueba.
La investigación paranormal necesita equilibrio. Necesita pasión, sí, pero también rigor. Necesita apertura mental, pero también escepticismo. Y sobre todo, necesita humildad. Porque estamos explorando un terreno incierto, lleno de sombras, donde cada paso debe darse con cuidado.
Aquella noche no nos dio grandes evidencias. No captamos psicofonías claras, ni apariciones, ni fenómenos inexplicables. Pero sí me dio algo más valioso: una nueva lección. Me recordó que, como investigador, debo estar siempre atento a no perder el norte. A no dejarme llevar por la emoción del momento. A no confundir lo que quiero creer con lo que realmente está ocurriendo.
Y eso, al final, es lo que hace que siga en este camino. Porque el misterio no está solo en lo que vemos o escuchamos. Está también en cómo lo interpretamos. Y ahí, en ese espacio entre lo real y lo imaginado, es donde debemos trabajar con más cuidado que nunca.
Richard Stine