Urrutia o la voz de las ruinas
<<Silencio y soledad nutren la hierba
creciendo oscura y fuerte entre ruinas,
mientras la golondrina con grito enajenado
va por el aire vasto, y bajo el viento
las hojas en las ramas tiemblan vagas
como al roce de cuerpos invisibles>>
Luis Cernuda, Las ruinas.
La maleza se cierne sobre la baterÃa de Urrutia. Desvencijada por el paso de los años, la basura se amontona en su interior, es la miseria a la que el ser humano y el tiempo condenan a aquello que ya no les sirve. Como si fuese un reducto de Diógenes, la misma estampa de una ruina.
Algunas veces, cuando se tambalea septiembre, hay quien se hace eco de su pasado glorioso, victorioso, luchador. Viendo lo que los años han hecho con ella, no parece que otrora fuese un punto fuerte de la resistencia, un bastión de eso que algunos llaman hispanidad. Ahora su enemigo es más fuerte, invencible, es el paso del tiempo quien se ceba contra ella encaminándola irremisiblemente hacia su perdición. Orillada en las arenas del caño Sancti Petri, a nuestros oÃdos sordos no llega el clamor de sus batallas. Ya sólo se refugian en ella conejos, lagartos o serpientes, la fauna propia de los alrededores.
El hombre ya no es partÃcipe sino testigo de su historia. Y como un testigo rodeo sus muros buscando algo que me alimente para un relato, agujeros de bala o de cañón, como los que exhiben las Torres de Quart en Valencia, que me retrotraigan al combate, al instante, a la época. Sin embargo, estoy a punto de descubrir algo mucho más valioso que el agujero de una bala.
En la pared más difÃcilmente accesible, donde el retamar se agolpa contra el muro, encuentro un trazo, un surco tallado sobre la piedra. El paso del tiempo convierte al hombre en testigo de la historia que un dÃa fue protagonista. La historia de Urrutia no fue escrita por las piedras, sino por las personas que la habitaron, esos hombres anónimos que un dÃa esperaron para entrar en combate mientras hablaban entre ellos de la novia que dejaron en la Isla que "reza cada noche para que a la vuelta podamos casarnos", sin saber si habrá lugar para la vuelta. Imagino a alguno de esos hombres,  desenfundando la faca de su faltriquera, la innata necesidad del ser humano de dejar su huella, para con ella elaborar este cuidado trazo que el devenir de los dÃas, el inmisericorde paso del tiempo, ha convertido en ilegible. Aún asÃ, en uno de esos trazos se puede leer todavÃa <<1810>> como punto final del escrito sobre el muro. Muy cerca de estos trazos hay otro que en una caligrafÃa exquisita y grande puede leerse claramente <<Sena>>.
Quizás sean imaginaciones del testigo o del cazador de historias que uno lleva dentro. Quizás estas escrituras sobre los muros de Urrutia no sean propias de aquellos hombres ni de aquella época, pero uno quiere pensar que sÃ, que a la vieja baterÃa arribó un parisino enamorado del rÃo Sena a quien el caño Sancti Petri le hacÃa revivir los besos furtivos de las viejas damas que en febriles noches le hablaban del amor a cambio de unas monedas en las orillas del Sena. En el silencio vago de la muralla talló su alma como el roce de los cuerpos invisibles.
Urrutia camina lenta e indefensa hacia la muerte irremisible que a todos nos aguarda en un rincón del tiempo. Y no quedarán los muros ni el alma del soldado que un dÃa pagó con su vida defenderla. Su presente agonizante ya es una amenaza.
Mis respetos, fueses quien fueses quien quiso ser eterno en estas piedras. El futuro ya no te espera, sólo la nada, el vacÃo que siempre provoca la desmemoria.









