Con los jóvenes de la zona.

Alberto Pinto relata para este periódico su experiencia en Ecuador.

La Fundación Telefónica abre cada año un programa al que distintas entidades con fines sociales y/o ecológicos pueden enviar sus proyectos aspirando a ser seleccionadas. Del mismo modo, los trabajadores de esta entidad, tienen la opción de registrarse en una base de datos para que la empresa, posteriormente, les destine a alguno de estos proyectos según las características de su Curriculum Vitae. Proyecto en el que invierte una significativa cantidad de dinero.

La iniciativa, que consta de dos líneas paralelas -nacional e internacional- eligió para la primera, este verano, la iniciativa de la Fundación IPC -Investigación, Psicología y Comunidad-. Se trataba de rehabilitar un centro juvenil en Atuntaqui, ciudad de 21.286 habitantes ubicada en la provincia de Imbabura, al norte de Ecuador. De los setecientos voluntarios dispuestos a 'entregar' parte de sus vacaciones por una causa solidaria fuera de España, fueron seleccionados en torno a un centenar. Y de esos 100 -procedentes de todos los países donde Telefónica tiene presencia-, 11 tuvieron la oportunidad de desplazarse hasta Atuntaqui para llevar a cabo el fascinante proyecto.

Entre los 11 voluntarios procedentes de países como Colombia, Uruguay o Argentina, había cuatro españoles. Dos de ellos madrileños, uno valenciano y, el último, de Cádiz. Es Alberto Pinto Manzanero, técnico encargado de operaciones y mantenimiento nacido el 8 del noviembre de 1965 en La Isla. Él mismo ha narrado a esta redacción cómo entre el 28 de agost0 y el 12 de septiembre se las ingeniaron para rehabilitar este edificio con más de 120 años, donado por un paisano. Entre las empresas a acometer estaba la construcción de una pared de barro de 28 metros que los lugareños bautizaron como 'el muro que habla' tras decorarlo los artistas de la zona y ser completado por jóvenes estudiantes de Bachiller Tecnológico con un sistema de detección de movimiento a través de luces 'LED'. También ejecutaron otro muro, 'ecológico' por estar realizado con materiales reciclados -botellas, por ejemplo-, así como una biblioteca y sala de informática. No satisfechos con eso, se prestaron a rehacer las cubiertas, limpiar las rejas y correspondientes labores de pintura.

Entre las duras jornadas de trabajo no por ello menos gratificantes, los voluntarios salían a explorar mundo. Visitaron volcanes, cascadas imposibles e incluso se bañaron en piscinas naturales a más de 30 grados por la noche. Sin embargo lo mejor, cuenta, "llegó cuando procedimos a la entrega simbólica del trabajo". Entonces se invitó a la gente de la comunidad amenizando el acto los músicos locales, jóvenes de las escuelas cercanas y, por supuesto, todos los implicados en esta misión solidaria.

Alberto puntúa la experiencia con "sobresaliente" partiendo, sin ir más lejos, de la diversidad de esos "once voluntarios que, pese a proceder de dispares culturas tuvimos que entendernos en un país distinto, con gente también diferente... una experiencia sumamente enriquecedora".

Y no es la primera. Ya el año pasado tuvo la oportunidad de participar en el voluntariado nacional con la Fundación Down de Madrid. Entonces, y junto a otros compañeros, acompañó a los usuarios hasta Aguadulce (Almería) para vivir una semana de turismo cultural. Además de las 'vacaciones solidarias', visitó también junto a la asociación sevillana 'Tal Como Eres' el Museo de la Miel en Jerez, con motivo del Día Internacional de los Voluntarios (5 de diciembre). Una experiencia que este año repetirá en el comedor social 'San Vicente de Paul', y seguro no será la última.

El 'muro que habla'

Sala de informática.

La biblioteca.

Una de las salas del centro.