Los efectos de la oración compartida en el mundo
Desde niño nos enseñaron que orar o rezar significaba hablar con Dios El Señor. Creador y dador de vida y de esperanza nuestra por los siglos de los siglos. Y así ha venido y sigue transcurriendo en este mundo tan convulso y atormentado de tantas tibiezas y tribulaciones.
El Papa Francisco dice que la oración lo puede todo y derriba los más fuertes muros de la enemistad. Y ciertamente no le falta razón, porque la oración es la flecha más certera que podemos lanzar para conseguir hacer blanco justo en la diana del amor, de la pobreza, de la desigualdad y de tantas otras necesidades.
Los humanos, creyentes o no y los apartados de la Iglesia en algún momento de su vida, buscan encontrarse con -El Señor- a través de la oración bien para reconfortarse o para solicitarles que los alivien de sus adversidades por medio de una oración íntima y solitaria o por “una oración inter-religiosa” comunitaria y compartida.
Pero lo que resulta prodigioso es la auténtica necesidad que se siente en este mundo de rezar. Y de rezar por causas nuestras o ajenas que son -imposibles- aunque ante el Hacedor nada lo es. Sólo hace falta como decía la -Hermanita Cristina- llena de amor y de concesiones: orar, sufrir y callar, porque el resto, el Señor nos lo dará por añadidura.
Recordando que el concepto de orar es hablar con Dios deberíamos reflexionar en el sentido que la oración con Él no puede ser recitada sistemáticamente ya sea mental o de viva voz y en cualquiera de los casos, nunca recitada como si fuera una mera fórmula, fría y rutinaria.
El fruto y la satisfacción que produce el solo hecho de saberse escuchado, nos dispone ante los ojos de Dios como el mejor de sus fieles servidores, porque permite abrir nuestros corazones a los demás.
La fe mueve montañas y la oración firme, premeditada, concisa y constante, también. La oración nos permite establecer un contacto permanente y directo con Dios. Y digo permanente porque aunque el lugar más adecuado para hablarle sea la Iglesia y ante -El Sagrario- por cuanto significa de intimidad, concentración y recogimiento. La oración también tiene la virtud de practicarla a cualquier hora y en cualquier lugar. Conozco a personas y amigos que rezan incluso cuando van andando solos por la calle. Y su fruto y su efecto reparador es el mismo, porque Dios siempre nos escucha y está presente con nosotros.
Esto nos da una idea clara de la facilidad que el cristiano creyente tiene para iniciar un rezo oportuno en el momento que lo desee o lo necesite. Aun admitiendo que el lugar preferente y más adecuado sigue siendo un recinto religioso o sagrado significándose así por la intimidad que nos proporciona.
Sentarse en la Casa del Padre frente a su morada y decirle: Señor aquí estoy postrado ante TI porque sé que está ahí realmente esperándome. Porque sé también, que me ves, que me oyes y atiende todas mis oraciones, mis peticiones y mis súplicas. Y porque constituye un gran gozo que reconforta mi espíritu, templa mi conciencia y enaltece a mi corazón colmándolo de alegría, ternura y buenos sentimientos.
Hacer una visita diaria al Señor o concederle un rato de compañía diaria en silencio, contándole nuestras cosas por insignificantes que éstas sean, constituye una tarea altamente virtuosa y reconfortante.
Todo lo narrado hasta aquí, me lleva a concretarme en el título de este artículo en cuanto a los efectos compartidos de la oración en el mundo. Y recuerdo hace bastantes años, lo cual no impide que sus efectos continúen actuales y vigentes. Tuve una serie de enriquecedores contactos epistolares con hermanos de las dos Américas: Norte y Sur. Pero especialmente los localizados en Centro y Suramérica. Y entre ellos, destaco a un boliviano que andaba muy comprometido en temas humanos incentivando los valores éticos, morales y cristianos. Y con él logré a través de misivas y comunicados establecer un día y a una hora determinada rezar todos unidos a favor de la naturaleza, de la paz, de la pobreza y de la capacidad del alma de los hombres para afrontar tantas miserias, injusticias y desequilibrios. La experiencia fue un éxito del cual aún conservo la alegría de sus frutos y de sus repercusiones bondadosas y benefactoras.
Hoy volver a practicar esta experiencia compartiéndola con otros hermanos en todo el mundo bajo el paradigma de la oración comunitaria más universal del orbe -el padre nuestro- sería debido a las redes sociales actuales más sencillo y de suma facilidad por su extensión difusora. Y por eso a veces me pregunto: ¿Por qué no lo intentamos nuevamente? Las redes sociales en ocasiones no nos ofrecen argumentos muy válidos ni apetecibles ciertamente. Pero en otras y en ésta lo es. Resulta un buen medio, breve, eficaz, rápido y altamente repercutible. La idea está lanzada ¿Lo hacemos? La iniciativa la puede tomar también nuestras queridas hermandades y cofradías o cualquier persona que comulgue con esta idea. ¿Cierto?.






