Publicado el: Dom, 30 Nov, 2014
Opinión

La figura del Hermano Mayor y sus silencios

images7J1NI2ZQResulta obvio no admitir que en cualquier colectivo, no exista la figura de un responsable, de un representante o de alguien que en definitiva ostente la dirección y la ejecución de la actividad de la cual se trate.

Esta conclusión, nos lleva a las hermandades, tanto a las de penitencias como a las de gloria o letificas a las que, consideradas bajo el punto de vista del párrafo anterior, no se eximen de esa figura responsable en la cual recae y se deposita todos sus argumentos para el gobierno de las mismas.

En cualquier otra organización distinta a la referida, son distintas también sus denominaciones: director, ejecutivo, gerente, etcétera. Mientras que en las hermandades, sabemos que reciben el nombre de hermano mayor como representante nato de la hermandad la cual dirige.

Y si nos fijamos en el significado del concepto hermano y mayor, puede que signifique un contrasentido, dado que el término segundo pueda confundir más que el primero en cuanto a tamaño, que en realidad nada tiene que ver con su físico, aunque a veces paradójicamente puede coincidir ambas circunstancias. Sin embargo, en el caso del primero es perfectamente entendible su denominación de hermano como miembro procedente de una hermandad por su carácter puramente de servicio religioso y cristiano.

Para la designación de hermano mayor igual que para ocupar un cargo de dirección de cualquier índole, se deben dar varias premisas además de las cofrades serían las relativas a las condiciones humanas, religiosas, de edad, carácter, temperamento, talante, cordura, ecuanimidad, estudios, preparación, formación, relaciones sociales y valores éticos y morales, de las cuales, no todas las actitudes y aptitudes son obligatorias, pero sí algunas imprescindibles y otras aconsejables.

Y si en las empresas públicas y privadas los cargos directivos se consiguen mediante concursos y oposiciones, salvo dudosas excepciones. Éstos, en las hermandades, se resuelven con las votaciones mayoritarias, libres y democráticas de todos los hermanos que componen la nómina de la hermandad correspondiente, regulados a través de sus Cabildos de Elecciones; teniéndose en cuenta las condiciones citadas anteriormente, que deberían recaer preferentemente en el candidato.images[1]

Por tanto, pretender ser hermano mayor y llegar a serlo aparte de constituir el más alto nivel y honor en la trayectoria de la vida de un cofrade, debe ir unido en gran parte a poseer muchas de las cualidades ya referidas. Y si no existen, su gestión estará seguramente abocada al fracaso.

Es decir como todo en la vida, cada persona suelen tener dotes especiales que la disponen a unas mejor que a otras a determinarlas y a que sean suficientes, competentes y acreedoras a desarrollar las funciones  que demandan la nominación. Y este aspecto en las hermandades es determinante, porque significa sobre todo, compromiso y responsabilidad, además de la fe y de la devoción, las ganas y la ilusión con el añadido, de que no hay sueldo ni descanso y las horas de dedicación no tienen límites, ni hay vacaciones ni están remuneradas. Es un altruismo puro y duro aplicado al don de las virtudes y de creer en Dios y amarlo sin condiciones.

Sus decisiones no son unilaterales y los acuerdos de gestiones a realizar, son consensuados y votados por la Junta de Gobierno, que de no existir, no se validan. Y sólo en caso de empate en las votaciones, actúa como moderador de la misma. Razón ésta, que incluye a sus propias decisiones. El hermano mayor no sólo tiene que aceptar los acuerdos tomados por mayoría, sino que además ha de defenderlos, apoyarlos y ejecutarlos.

El hermano mayor es eso y no mucho más en el seno de una hermandad. Y le asiste la Junta de Gobierno citada, que preside y regula en todas las convocatorias que se celebren. Su duración es de cuatro años, renovables en otros cuatro. Y tiene una perfecta coordinación con el Director Espiritual de la Iglesia donde la hermandad tiene establecida su Sede Canónica, con su Junta de Mesa, con el Consejo de Hermandades y Cofradías y con cuantos organismos públicos y privados, necesite promover y relacionarse, aunque a veces y curiosamente se encuentre solo ante los acontecimientos. Son los llamados silencios y soledades de los hermanos mayores, que tristemente sólo conoce a la perfección, el que ha ejercido dicho cargo. De cuantas razones, informaciones, confidencias y argumentos disponen, que sin embargo tienen que obviar en su soledad en pos de la corrección cristiana, la fraternidad y la concordia.

Por tanto ser hermano mayor de manera, eficaz, competente y convencido, no es un camino de rosas, sino que comporta unas vicisitudes que originan, dedicación, sacrificio y compromiso para lo cual, hay que estar bien preparado y asistido además por el Espíritu Santo. No obstante, si se desea y no se tiene estas condiciones, lo más honrado y aconsejable -sería- ¡No presentarse!

Sobre el autor

- Profesor, articulista y cofrade.

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