Publicado el: Dom, 25 Feb, 2018
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La educación vial, un mal necesario

Cuando vine a residir a España, una asignatura pendiente para mí era obtener el carné de conducir.En México le decimos licencia de manejo; de entrada, desde ese término, es algo sustancialmente diferente al concepto que yo manejaba para con «la tarjeta plástica con mi foto, mis datos, que me permite conducir un automóvil en cualquier sitio dentro de un país». Pues bien, como mexicano, me di cuenta dolorosamente que no existe un convenio para convalidar este documento con el que expide la Dirección General de Tráfico española. La razón es sencilla: en México no hay un permiso de conducir único, es decir, que lo expida la Secretaría de Comunicaciones y Transportes —el equivalente a la DGT— a nivel nacional; todo se expide como mejor se le dé a entender a las administraciones municipales, que suman en total 2446 (sí, 2446 diferentes permisos).Un problema para mí, más que nada, de dinero. Si me quería aventar al ruedo para sacar el permiso B (automovilista) tenía que conllevar la tramitología del novato, como si empezara desde cero, pagando cada tasa y sorteando cada examen, como si tuviese dieciocho años. Y así empecé.

Aclaro que, fuera del asunto del dinero que se tiene que desembolsar (solo de examen teórico, médico, matrícula a autoescuela y examen práctico y una que otra clase de refuerzo para eliminar vicios, cerca de 400 euros) me ha encantado aprender —y aprehender—, por primera vez en mi vida, la educación vial como se debe.

En mi tierra ahora ya se hace un pequeño curso vial y un examen práctico, pero en mis tiempos (hablo de 2001) en el ayuntamiento de Cancún apenas y pedían ciertos requisitos para obtener la tarjeta que te permitía ponerte al volante: un irrisorio examen médico, pagar la tasa y poco más. No había examen teórico, práctico, ningún filtro que te impidiera manejar un automóvil. Y aunado a la sempiterna corrupción de las instituciones, puedo decir que cualquiera podía sacarse el carné. Cuando tenía en mi poder la tarjeta, sabía manejar tanto como un niño de ocho años; y aprendí sobre la marcha, entre voces de mi padre reprendiéndome, y burlas y consejos de amigos. Todo hasta curtirme y obtener kilometraje para adaptar un manejo defensivo y de anticipación. En México, el tema vial se ha dejado en manos de los ayuntamientos, y como mejor les convenga. El asunto se complica si hablamos de un sitio como Cancún, donde me crie: llega gente de todas partes del mundo, con distintos niveles y manías al volante, y con esa extraña mezcolanza circulando por las calles, me tocó ver accidentes urbanos e interurbanos realmente escalofriantes: cada quien maneja como le sale del mismo, y no me quedaba más que tener bastante prudencia, ser defensivo y mantener el pie permanentemente sobre el embrague (y encomendarse a Diosito).

Para un mexicano promedio, el asunto de tomar el volante puede ser tan fácil como tomar el manubrio de una bicicleta; mientras «te sepas mover», las vías públicas te esperan. Y gracias a la poca valoración de una educación seria, a pesar de existir un librito con la normativa vial municipal (que sirve más que nada para abanicarse cuando hace calor) en México las normas se dejan a la interpretación del agente que nos pare, del perito que podría aceptar un pequeño donativo a cambio de modificar los datos del peritaje… un panorama terrible, visto desde alguien que tiene que comerse el coco para estudiar un examen de treinta puntillosas preguntas con toda la normativa aplicable al permiso que saca; luego, las clases, hasta que se logre el dominio del automóvil, y por fin el temido examen práctico, con examinadores de los que se podría o no depender en cómo les sentó el café de la mañana para aprobarle o suspenderle por nimiedades.

A cambio de mejorar esta educación, en México se construyen puentes peatonales, armatostes terribles donde los peatones están en la parte más baja de la pirámide vial: ellos tienen que adaptarse al tránsito y no al revés, y la nula educación vial empuja a subir y bajar en condiciones poco seguras un puente para cruzar una avenida. Las quejas diarias son generalmente las mismas, pero los años han demostrado que no es un área que interese para mejorar: agentes de calle, policía de tránsito, federales, todos parecen coincidir que la ignorancia vial es algo muy jugoso como para dejarlo ir en tontas normativas (de acuerdo a la prensa local, en Cancún nueve de cada diez conductores desconoce las señales de tránsito).

Por la prensa también llegué a saber de «metas» que los agentes tenían que cubrir por el concepto de «mordidas» o cuotas voluntarias de los conductores para evitar la multa, decomiso de placas y licencias de conducir (que, a la larga, con el proceso cansado y burocrático, resulta un negocio más que redituable, un chollo, vamos: la poli te da la opción de borrón y cuenta nueva in situ). Y mientras exista esa delicada relación conductor-autoridad, será difícil ponerse de acuerdo, por ejemplo, en emitir un carné único.

La educación vial es uno de los pilares de la convivencia en nuestra sociedad moderna, y ahora, mientras paso por el aro, me pregunto cuando dará mi país ese grandísimo salto para mejorar la convivencia. En ambos casos, por la comparativa que veremos a continuación, es un negocio jugosísimo, pero si me preguntan, prefiero que se invierta en que manejemos mejor, a dejar mi dinero in situ cada que cometa una infracción. O la vida en la carretera, por asnos que no saben manejar ni un coche de Playmobil.

 

Comparativa para sacar el carné de conducir B por primera vez:

México (Ayuntamiento de Cancún):

—Pequeño curso vial teórico (sin examen)

—Examen práctico (con vehículo propio)

—Relleno de formularios

—Presentar INE (DNI)

—Presentar comprobante de domicilio

—Comprobante médico de grupo sanguíneo

—Examen de vista

—Pago de la tasa (en el caso de Cancún la vigencia máxima es de cinco años, con costo de 127 euros, aprox.)

 

España (consideré la autoescuela) (esto es si pasas todo a la primera o usando las oportunidades que te da la DGT, de otra forma, aplican tasas adicionales):

—Matriculación: 100 euros

—Examen teórico: 100 euros (incluye el papeleo que realiza la autoescuela)

—Examen médico: 23 euros

—Examen práctico: 60 euros

—Clase práctica en autoescuela: 30 euros la hora (puede variar).

Sobre el autor

- Escritor, sí, pero también fui proyeccionista de cine,agente de tráfico aéreo y asesor de telecomunicaciones, donde clientes cabreados intentaron aventarme móviles a la cara varias veces. Trabajé en una agencia de viajes donde estaba prohibido dejarse crecer la barba. Esta columna esta hecha desde una visión extranjera, pero nunca ilegal.

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