Publicado el: Sáb, 28 Ene, 2017
Opinión

A mi estimado Gonzalo

Estimado amigo:

¿El mejor político es el que más habla? En la antigua Grecia, los sofistas así lo creían, y estaban tan convencidos de ello que se formaban en el arte de la retórica, siendo esta el fin  y no el medio, obviando la verdad y el bien.  Si es eso lo que se pretende de la política, obviamente para su ejercicio hablar es lo más importante, hablar de lo que sea y como sea, siempre que se haga de manera aparentemente coherente y convincente, ahora bien,  existe otra manera de entender la política. Frente a aquellos sofistas Platón afirmó, tras la ejecución de su maestro Sócrates,  que la enfermedad de la democracia es la corrupción, la cual se origina en el sistema cuando se carece de verdaderos valores. Un sistema basado en la retórica, se queda sin defensa contra la demagogia.

La Apología de Sócrates lo refiere de manera clara: Para ganarse al auditorio ni siquiera hay que decir la verdad, sino exhibir un perfecto dominio del lenguaje y de la argumentación, incluso a riesgo de caer en la falacia o en la caricatura de la posición contraria. ¿Y es eso buena política? Como he dicho, en esto eran expertos los sofistas, y era precisamente lo que Platón consideraba peligrosísimo para el futuro de las ciudades. El sofista defiende que el mejor argumento es el más persuasivo. No cree en la verdad, en cambio existimos otra clase de políticos, otra clase de personas que pensamos que el discurso político debe estar arraigado en algo más profundo que la forma, en algo más valioso que la palabra misma, en la verdad, una verdad única, universal y eterna.

Hay otra clase de políticos, otra clase de personas que pensamos que la ambigüedad profunda en el acto político, solo conduce a la crisis, crisis social y moral, crisis incluso económica, porque se desvirtúa el valor de lo público, obviándose el interés común en favor del  personal. Cuando esto ocurre, ¿Qué parte tiene el ser humano de político y qué de egoísta? ¿No es así como nace la corrupción? Solo cuando los conceptos están claros, la política deja de ser un comercio de la verdad y se convierte realmente en un proyecto en común, en algo loable y valioso.

El buen gobernante debe actuar con justicia, y para ello debe disponer de la capacidad para el ejercicio del correcto pensamiento, de la idea, del conocimiento. Pitágoras, de hecho, intuyó que la realidad es algo así como una ecuación matemática,  porque en las matemáticas hay cálculos, y no opiniones, una manera real de expresar  una verdad indudable y demostrativa. La verdad no se discute, la verdad simplemente existe y es única, y lo  importante en la política es gestionar desde esa verdad. La verdad como objetivo, la vedad como principio para la buena gestión de lo público, la verdad como dogma, y no el discurso.   Como político me posiciono frente a la demagogia,  como resultado de una dispersión de opiniones, cuando se utiliza el lenguaje como herramienta para manipular.  Con las ideas, las opiniones se ordenan desde un principio verdaderamente trascendental que las unifica, apuntando al ideal democrático, por tanto, el mejor político no es que más o mejor habla, sino el que más se esfuerza por alcanzar la verdad de la ciudad justa donde por medio de la ley se garantice el bien común.

Hablar es importante, pero no es lo más importante. Lo más importante es hacer, y hacer estoy haciendo.

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