Publicado el: Sáb, 16 Nov, 2013
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El Coreógrafo

18d85aadeklan-388x289pSegún la Real Academia de la Lengua española, este término define al “creador de la coreografía de un espectáculo de danza o baile” . Bien, ahora pregunto, espectáculo… bueno, cuela… ¿pero dónde está la danza o baile en cualquiera de nuestros cortejos procesionales? Que me lo explique alguien, por favor. Que yo sepa, y si no es así que me corrijan, un cortejo procesional, a groso modo,  es una expresión de fe, una reproducción de alguna de las escenas de la Pasión de Cristo y de unas características determinadas según la Hermandad, que han ido evolucionando (o involucionando en otros casos) a lo largo de los años…, claro… y vuelvo a preguntar… ¿dónde cabe aquí la coreografía?. Me refiero, si aún no han conseguido seguirme, al controvertido y polémico tema de las “coreografías” en la carga de nuestras andas.

Aunque alguno no lo crea, este hecho es una realidad aquí en nuestra Isla. No hay que irse, como otros piensan a localidades vecinas. En absoluto. He podido constatar fehacientemente este repelente hecho y además personalmente. Les cuento.

Ya no basta con ser el cabecilla de la cuadrilla de cargadores en cuestión, ni con dictar al defenestrado director de la banda de música de turno las marchas que se han de tocar, ni tan siquiera basta ya con mandar más que el propio capataz del paso (que los hay, se lo aseguro). Una de las últimas tendencias del que yo denomino “el coreógrafo” es, como su propio apelativo determina, crear coreografías con ciertas marchas, que, además, son de una más que dudable calidad musical (para mayor descalabro todavía).

Personalmente, no entiendo qué mérito puede tener el mero hecho de suceder durante varios minutos una serie de “quietos” y “vámonos” que bien pudieran ahorrarse, la verdad… y no lo digo por nada, sino porque eso lo hace cualquiera de nuestras leyendas de la carga sin ningún esfuerzo, tan sólo oyendo la música (lo de toda la vida) y sintiendo lo que se oye y lo que se porta sobre los hombros… y además sin preparase nada, como hace el coreógrafo, oyendo, con gesto iluminado, un CD de la Banda de Paparruchas del Monte (por supuesto, localidad de la provincia de Sevilla, cómo no) y pensando en cómo va a sucederse el cortejo por esta o aquella calle, lo cual es, como deberían de saber, totalmente impredecible.

¿Variantes? Muchas. Una de las que más me ha impactado es la del coreógrafo que, semanas, e incluso meses antes del día del cortejo, se ha ido ataviado con su MP3, cargado de las marchitas referidas, y se ha dirigido a la calle X, donde, sin ningún tipo de pudor, y al son de la musiquita en cuestión, e imitando el andar de una cuadrilla de cargadores, ha comenzado a calcular cuántas marchas caben en dicho tramo o hasta dónde durarían estas… todo ello bajo la mirada atónita de los viandantes.  ¿Sorprendidos?. Pues esperen, que aún se riza el rizo del despropósito… Al que les habla, en cierta ocasión, el coreógrafo de cierta Cofradía en cierta localidad, me hizo la siguiente petición: “Por favor, que la marcha comience cuando el primer varal del palio esté a la altura del primer balcón que hay en la calle una vez hecho el giro”. Ante mi atónita mirada, el susodicho apostilló: “es que lo hemos calculado oyendo la marcha la semana pasada, así que tiene que cuadrar”. Evidentemente, no cuadró. Es prácticamente imposible determinar la frecuencia de paso de una cuadrilla, con la de cosas que ocurren luego en el devenir de los cortejos. Yo, por supuesto y como siempre, sonreí para mis adentros… cuánta ignorancia. ¿Y en manos de estos personajes antológicos está el destino de nuestras Hermandades? Así nos va.

Lo más triste de esta historia, es, como siempre, la pérdida de lo que muchos echamos de menos en general en nuestra Semana Santa, y más concretamente en el ámbito no sólo de la carga, sino también de la música procesional, y es la espontaneidad… esa cada vez más olvidada compañera de viaje que se hace, con el paso de los años, cada vez más complicado disfrutar. Eso sí, no hay mal que por bien no venga. Cuando aparece, disfrutamos el doble. Al menos yo.

Aunque no está todo perdido. Percibo una nueva corriente de sentido común (aunque algo tímida todavía) en algunas Hermandades cuyos jóvenes dirigentes empiezan a despertar de esta larga década de asevillanado letargo cofrade, y comienzan a ver y a desarrollar el potencial de nuestras Hermandades y de nuestra Semana Mayor. Detalle para el optimismo.

 

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